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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un líder sólido que precisa ajustes

La economía española ha cerrado 2006 con el mejor registro desde que comenzó el siglo: un crecimiento real del 3,8%, un punto adicional al avance sorprendentemente acelerado de la Unión Europea, que definitivamente zanja la crisis iniciada en 2002. España mantiene el liderazgo del crecimiento entre las grandes economías continentales, con un comportamiento que tiene más valor cuanto más sólido es el desempeño de economías aletargadas en los últimos ejercicios como la alemana, la italiana o la francesa. Además, el tirón de la actividad ha tenido un reflejo razonable en el empleo en todas las regiones de la zona euro, en lo que es un considerable alivio para la variable más sensible de la economía.

El optimismo de las variables de actividad, por contra, puede verse empañado, hoy con más razones que ayer, por una casi segura subida de los tipos de interés en marzo, y por un endurecimiento más abultado de lo inicialmente previsto por el BCE en el medio plazo. La autoridad monetaria ha advertido siempre de que los indicadores de liquidez estaban alertando de un crecimiento de la demanda más sólido de lo que aparentaba, y que, por tanto, los riesgos inflacionistas siguen acechando bajo la superficie. Sólo una contención definitiva de la restricción monetaria en Estados Unidos evitará una subida sustancial de los tipos de interés en Europa, a juzgar por los mensajes rigurosos enviados por Jean-Claude Trichet a los mercados. Por tanto, dinero más caro, y menos capacidad de demanda de consumo e inversión para áreas con altas tasas de endeudamiento, como es el caso de España.

Si el oleaje del crecimiento europeo arrastra al español hasta los valores más altos de este siglo, bienvenido sea, sobre todo si reequilibra en parte la composición del PIB. Pero si en los últimos meses hemos considerado que una subida del precio del crédito era mala para los españoles, pero buena para España, no vamos a dejar de valorarlo igual ahora. España está necesitada de un enfriamiento de su demanda interna, especialmente volcada en una adquisición casi compulsiva de activos inmobiliarios que detraen recursos de inversiones con más recorrido productivo.

La economía española ha recuperado presencia en el último año en la producción industrial, aunque con avances muy alejados de las economías más concentradas en la transformación, como la alemana o las del Este europeo, que están absorbiendo el protagonismo manufacturero en los últimos años. Pero sigue manteniendo, e incrementando, los desequilibrios en materia de precios y balanza de pagos, que son propios de crecimientos muy fuertes, pero que deterioran la posición competitiva de la oferta de bienes y servicios españoles en los mercados. En los de fuera y en los de dentro: si España sostiene el crecimiento con recurso continuo a las importaciones, y lo financia a cargo del ahorro externo, es porque pierde también terreno en los mercados nacionales.

España debe aprovechar el ciclo de expansión más largo de su historia para corregir desequilibrios, y prolongarlo al máximo. Además de tener cuentas públicas con números negros, las reformas que liberalicen los mercados menos eficientes tienen que pasar del discurso de los responsables económicos a la norma.

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