El gran cambio de Manuel Pizarro
El otro día comentaba un amigo en una cena la gran transformación que había sufrido el presidente de Endesa, Manuel Pizarro, en el transcurso del último año. No ha sido un ejercicio fácil, donde los vaivenes de una opa imprevista, con un guión no escrito y un desenlace todavía mucho más sorprendente, debido a la cantidad de actores principales y secundarios que se fueron incorporando a la trama, lejos de minar a este ejecutivo lo ha ido reforzando, al menos en términos de liderazgo empresarial. Desde que fue elegido en 2002 por el PP para sustituir al incombustible Rodolfo Martín Villa al frente de la eléctrica, hasta septiembre de 2005 cuando Gas Natural lanzó la opa, Manuel Pizarro tuvo una presencia pública más bien escasa, limitándose en la mayoría de los casos a la inauguración de alguna central, la presentación de resultados anuales o la tradicional junta general de accionistas. Era más bien un ejecutivo de tonalidad discreto, que se limitaba simplemente a cumplir y a representar el papel asignado, sin más. Suele suceder cuando son nombramientos políticos, en los que el directivo se limita a cumplir, sin muchas algarabías, lo pactado. No hay exigencia en cuanto a resultados y lo único que deben mantener es la compañía a flote y libre de escándalos. También sucede lo contrario, que el directivo se crezca, como le ocurrió a Juan Villalonga, nombrado por su entonces amigo José María Aznar que, en su afán por brillar y revolucionar Telefónica, se olvidó de su mentor y cayó, con la ayuda de unas stock options, en desgracia. No es el caso que no ocupa.
Desde que se desató la guerra de opas, la figura de Pizarro ha emergido, relegando la del consejero delegado, Rafael Miranda, a un segundo plano, convirtiéndole en una figura mediática, cuyas ruedas de prensa son todo un espectáculo: están llenas de titulares, frases agresivas a sus rivales y golpes de chistera. Conviene recordar cuando apareció, con la Constitución en mano, a defender sus derechos como ciudadano. æpermil;l asegura que su comportamiento obedece a su deber de crear valor para sus accionistas. Es cierto, en poco más de año y medio la compañía vale el doble. Su caso puede ser objeto de estudio de alguna escuela de negocios, donde siempre se dice que un verdadero líder resplandece en momentos de crisis. æpermil;l lo ha hecho. Pero lo que quizás habría que preguntarse es por qué hasta la llegada de las opas tuvo un perfil tan plano, reflejado en el valor de la acción, congelado desde hacía tiempo.