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Análisis

El drama del agujero en el calcetín

Todavía no he borrado de mi mente la que considero la imagen económica de la semana. Y no ha sido precisamente la del impecable atuendo de los dos presidentes de las dos grandes entidades financieras españolas presentando sus resultados. Viéndolos, tal vez por las magníficas cifras conseguidas, transmitían frescor y olor a limpio. Lo que no he podido olvidar ha sido el lamentable espectáculo que ofreció el pasado lunes el presidente del Banco Mundial, el estadounidense Paul Wolfowitz, al descalzarse en la entrada de una mezquita en Turquía. La imagen era penosa: dos enormes agujeros coronaban los calcetines de tan poderoso mandatario. O bien, no era consciente de que había descuidado este complemento del atuendo; o bien, desconocía el protocolo de las mezquitas árabes; o no sospechaba que iba a ser pillado in fraganti por el fotógrafo.

Creo que el asunto va un poco más allá de una cuestión puramente económica, ya que creo que Wolfowitz dispone de posibles para comprar los calcetines que se le antojen. Lo que sucede es que muchas veces se presta más atención a la apariencia, a la imagen externa y al traje carísimo y nos olvidamos del interior, en el más amplio sentido de la palabra. Nos preocupamos de lo que se ve, de aquello por lo que aparentemente somos más vulnerables y se nos puede juzgar, y no de lo que realmente importa: de cambiarnos la muda y sentirnos frescos y limpios por dentro cada mañana. Parece que lo que cuenta es la puesta en escena. Por eso puedo llegar a sospechar de una de las modas hoy día impuestas en el mundo empresarial: las memorias de gobierno corporativo.

Toda compañía que se precie dispone de un amplio dossier con todas las medidas que dice llevar a cabo en asuntos de buen gobierno. Todo aparece muy bien escrito y redactado, con un empaque impecable, pero algo me lleva a pensar que, en ocasiones, algunas de estas iniciativas son puro maquillaje y que no se aplican tal y como asegura la compañía. Estoy convencida de que si miramos en su interior, como en los zapatos de Wolfowtiz, encontraremos algún que otro agujero. Y eso si que es peor, porque mientras los rotos estén en los calcetines la cosa no va del todo mal. Lo catastrófico sería que el presidente del Banco Mundial tuviera agujeros en los bolsillos.

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