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Tribuna
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Víctimas y premios

Acaba de anunciarse (véase el diario francés Libération del 12 de enero pasado) el lanzamiento en Ámsterdam de la Fundación Hans Melchers (HMF) para socorrer a las víctimas de la prensa. Su promotor es un poderoso empresario de la industria química que se sintió damnificado cuando la prensa especuló con insinuaciones sin fundamento tras el secuestro y liberación de su hija. Ahora con esta fundación ha querido solidarizarse con la suerte de otras víctimas de los medios que carecen de recursos financieros para entablar procesos ante los tribunales en defensa de su imagen.

La HMF quiere ser útil a la sociedad y contribuir a mejorar el periodismo. La presidencia de la institución ha sido confiada al abogado del fundador y un ex primer ministro demócrata cristiano y un ex ministro de Justicia, así como dos periodistas prestigiosos, han aceptado formar parte de su consejo. El propósito de la HMF, que no tiene precedentes en Europa, va más allá porque quiere participar activamente en el debate sobre el papel que desempeñan los medios, con una página web y un congreso anual, que planteará a los periodistas la cuestión del control de su profesión.

Esta cuestión de los damnificados de los medios es del máximo interés aunque el corporativismo la haya venido relegando. Tiene que ver con la asimetría entre los particulares y los medios. La prensa está especializada en presentarse como víctima pero se comporta en muchos más casos como agresora. En nuestro país este proceder viene agravado por la resistencia a difundir las réplicas remitidas por los afectados del mal trato o la insidia.

Aquí se entiende que quien calla otorga, quien replica rara vez ve atendida su réplica en forma proporcionada y quien acude a los tribunales ve multiplicada y reiterada la afrenta recibida. Multiplicada porque su demanda toma estado público y es insertada en todos los demás medios y reiterada porque las numerosas vicisitudes procesales dan ocasión a que vuelva a recordarse el agravio inicial. Luego, con la lentitud de la pesada máquina institucional, cuando las instancias judiciales dictan sentencia, aunque sea favorable, resulta inválida para anular los efectos perversos que ya se han derivado de forma irreversible.

Y si de la situación de los particulares pasamos a considerar el conjunto de la sociedad, se impone aceptar que los medios pueden ser con la misma eficiencia difusores de la concordia cívica o inoculadores del odio y el antagonismo. Está bien probado que al menos desde la guerra hispano-norteamericana de 1898 ningún conflicto bélico se ha desencadenado sin una anticipada preparación mediática.

Reconozcamos que la aparición de internet ha modificado la condición pasiva del receptor. Que se han generalizado las posibilidades de acceso a informaciones surgidas fuera de los medios convencionales y que al mismo tiempo ha dotado a todos -con las diferencias que se derivan de la brecha digital- de la capacidad de ser también emisores de información. Pero la asimetría entre las grandes organizaciones y el individuo inarticulado subsiste de modo abismal.

Se impone una amplia pedagogía que promueva una actitud crítica ante los medios fuera de la credulidad predominante. Desde la escuela primaria debería enseñarse a mantener una distancia crítica ante los medios cuyos contenidos ahora se engullen sin discriminación con el estrago consiguiente. Para empezar se recomienda vivamente la lectura de trabajos como los de Hellmuth Benesch con su Manual de autodefensa comunicativa: la manipulación y cómo burlarla, cuya versión castellana publicó la editorial Gustavo Gili en su colección Punto y Línea en 1982.

Entre tanto, la Conferencia Episcopal ha entregado los Premios ¡Bravo! de comunicación, que en una de sus modalidades ha recaído en Carlos Herrera, de Onda Cero, por ser 'un referente de periodismo radiofónico con innegables valores de aprecio a la dignidad de la persona y al sentido transcendente de la vida'. ¿Podría decirse otro tanto de los radiofonistas de la COPE, la emisora episcopal? Por esta vez los chicos de los obispos se quedaron sin premios.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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