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Tribuna
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La diplomacia económica china

En los últimos tiempos venimos asistiendo a diferentes movimientos de la diplomacia china, al objeto de incrementar su presencia económica y comercial en zonas del planeta alejadas de su tradicional área de influencia. El proceso que más interés ha despertado en España ha sido la aproximación entre China y América Latina, por el papel que puedan jugar en él las empresas españolas allí instaladas.

Si hasta bien entrada la última década del pasado siglo, las relaciones económicas sino-latinoamericanas eran prácticamente inexistentes, en los últimos años han tomado un importante impulso. Además de razones de influencia política -favorecidas por existencia de Gobiernos (Brasil, Argentina, Chile…) que no tienen recelos en estrechar lazos con el gigante asiático y por el abandono en el que Estados Unidos tiene sumida a la región desde que se embarcó en los conflictos de Oriente Próximo-, China ha encontrado en Latinoamérica una extraordinaria fuente para el aprovisionamiento de materias primas y un destino para sus manufacturas. Y Latinoamérica, un nuevo y creciente mercado con el que reducir su dependencia comercial de Estados Unidos. El comercio bilateral movió en 2004 más de 40.000 millones de dólares y seguirá creciendo a ritmos importantes en los próximos años.

El gigante asiático se ha convertido en el segundo socio comercial de Perú y en el tercero de Brasil o Chile, con quien, por cierto, firmó en 2005 un Acuerdo de Libre Comercio. Y también en un importante inversor, sobre todo en sectores relacionados con la extracción de materias primas y con las infraestructuras. Sólo hay que ver el entusiasmo que despertó la gira que en 2004 hizo el presidente Hu Jintao por algunos países de la zona, en la que anunció inversiones por valor de 100.000 millones de dólares hasta 2015.

A principios de noviembre se celebró en Pekín la cumbre sino-africana de cooperación, a la que asistieron 48 de los 54 líderes africanos. ¿Qué intereses tiene China en África? Pues los mismos que en América Latina, es decir, abastecerse de materias primas. Por ejemplo, el 30% del petróleo que importa procede de países africanos, y Angola se ha convertido en su principal suministrador, tras superar a Arabia Saudí. También compra cobre, madera, hierro, cobalto y alimentos.

Además, Pekín lleva años concediendo ayudas y financiando proyectos e infraestructuras, y sus empresas se muestran muy activas en la zona. Se calcula que operan más de 800, con una inversión acumulada de más de 6.000 millones de dólares. Y cada vez son más los productos chinos que circulan por el continente, ya que su bajo precio los hace accesibles a una población con escasos niveles de renta. China ya se ha convertido en el tercer socio comercial de África, y el volumen de este comercio superará los 50.000 millones de dólares este año.

Además, China no provoca los rechazos que frecuentemente acompañan a europeos y a norteamericanos, unos por su pasado colonial y otros por su intervencionismo durante la guerra fría. Si bien durante 1960 y 1970 los intereses chinos en África descansaban sobre postulados ideológicos y revolucionarios, hoy son estrictamente comerciales. Hasta el punto de mantener estrechas relaciones, políticas y comerciales, con Gobiernos sometidos al rechazo de la comunidad internacional por sus actitudes poco democráticas o por su comportamiento en materia de derechos humanos. Lo que le ha valido importantes críticas, pero también importantes complicidades por parte de muchos Gobiernos africanos.

Tras la cumbre de Pekín, en la que obtuvo un crédito de 2.000 millones de dólares, el presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, declaraba que 'China es amiga desde antes del petróleo, cuando había dificultades. Allí es donde se conocen los verdaderos amigos. Su ayuda y cooperación es sincera y no plantea condiciones previas sobre democracia o derechos humanos'.

Pero la diplomacia china no sólo se orienta a garantizar el abastecimiento de materias primas para su gigantesca industria. Hace unas semanas, el presidente Hu visitaba la India y Pakistán. Con Nueva Delhi, el principal objetivo era normalizar unas relaciones bilaterales históricamente difíciles, por litigios fronterizos -que provocaron incluso un enfrentamiento armado en 1962-, y porque India es el refugio del Dalai Lama y de más de 100.000 exiliados tibetanos que no aceptan la anexión que Pekín hizo del Tibet en 1959.

Pero también subyacía un interés económico: si en el año 2000 los intercambios comerciales apenas alcanzaron los 3.000 millones de dólares, el año recién terminado superaron los 20.000 millones, y el objetivo es duplicarlos en 2010. China se ha convertido en el principal proveedor de la India, por delante de Estados Unidos, y es el tercer destino de las exportaciones indias. Además, Nueva Delhi vería con buenos ojos que las inversiones chinas le ayudaran a mejorar sus desastrosas infraestructuras. De alguna manera, China e India piensan que es mejor ser socios que rivales, en el camino que les lleva al liderazgo de la economía mundial.

China, en suma, demuestra un pragmatismo en política exterior pocas veces conocido. Es capaz de ser un excelente aliado de países tradicionalmente enfrentados (como India y Pakistán), encandilar a todos los países africanos y convertirse en socio indispensable de muchas economías de América Latina.

Y en su área de influencia, mantiene importantes relaciones comerciales con Japón, pese a los recelos por la diferente interpretación de la historia común, e incluso con Taiwán, a pesar del bloqueo político al que somete a su provincia rebelde. China quiere ser amigo de todos, y parece ser que hoy en día nadie puede permitirse el lujo de no ser amigo de China.

Juan Carlos Martínez Lázaro Profesor de Economía del Instituto de Empresa Business School

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