Nuestras columnas más polémicas
Cuando iniciamos esta columna, hace algo más de un año, creíamos que era como hacer una travesía sin mapa. Sólo teníamos nuestra experiencia y un gran interés en responder a todo lo que los lectores desearan preguntar. En 2006 recibimos cerca de 10.000 correos electrónicos. Algunas columnas pasaron desapercibidas, pero cuatro en particular desataron el ruido y la furia. En una señalamos que la escasa presencia de mujeres en puestos directivos no era, en general, fruto de una conspiración machista. En realidad se trataba de una cuestión biológica, o sea, de bebés. Hay muchas mujeres capaces, pero una gran cantidad se aleja voluntariamente de la carrera jerárquica para pasar más tiempo en casa. A veces la vida exige tomar opciones difíciles. 'Pero no si usted es un hombre', respondieron muchas lectoras, que señalaban que habría más mujeres directivas si los maridos compartieran más la crianza de los niños. Y otros indicaron que el problema radica en un establishment controlado por hombres que continúa dando gran valor a lo que resulta más difícil de conseguir por las madres que trabajan: disponibilidad. También hubo sentimientos encontrados por la respuesta a un lector que preguntaba por qué, en su prolongada carrera, nunca había encontrado un gerente a quien respetara. Le respondimos: 'Tal vez usted es una de esas personas que odia a las personas en posiciones de autoridad'. En pocas horas nuestro correo se llenó de notas de agradecimiento de gerentes que habían luchado contra ese tipo de personas y se sentían aliviados al saber que la ira contra ellos era por razones ideológicas, no personales. Algunos remitentes se identificaron como antiguos enemigos recalcitrantes de los jefes que se habían 'reformado'. Como dijo un lector: 'Yo criticaba (secretamente) a la gerencia hasta que me convertí en gerente, y advertí que la mayor parte de lo que hacían tenía sentido'. Pero el grueso de las respuestas venía a decir: 'Ustedes deben de vivir en una burbuja de cristal. La mayoría de los gerentes son unos idiotas incompetentes, que sólo buscan su propio beneficio. Y los únicos que tienen la valentía de decirlo son aquellos que ustedes califican de gente que odia a sus jefes'. También fuimos acusados de vivir en un mundo de fantasía por la mayoría de quienes comentaron nuestra columna sobre los departamentos de recursos humanos. Aún hubo quienes apoyaron nuestra afirmación de que deben desempeñar un papel activo y vital en crear grandes equipos. Pero la mayoría nos criticaban: 'Gran parte de las personas que trabajan en recursos humanos sólo sirven para organizar picnics y llenar formularios. Y por eso se las deja al margen'. Nada, en volumen e intensidad, superó a la respuesta que recibimos por nuestro artículo sobre la cadena de supermercados Wal-Mart. Al principio nos asombró que alrededor de un 80% de personas estuvieran de acuerdo con nosotros en que brinda más beneficio a la economía y a la sociedad que la mayoría de las instituciones de gobierno. Pero luego el tono cambió. Era como si hubiéramos pedido la canonización de Osama Bin Laden. Un lector escribió: 'Wal-Mart destruye la libertad y el sueño americano. ¿En qué estaban pensando?' ¿No es sensacional? Cada objeción sincera y cada apasionada respuesta que hemos recibido no sólo nos han ayudado a cristalizar nuestros puntos de vista. También nos han ayudado a descubrir qué entusiasmó e interesó a las personas de negocios durante 2006.