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Tribuna
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El timo del parque temático

Recordemos aquel momento en que parecía hundirse la reputación de Enrique Barón como ministro porque la Disney daba de lado las ofertas españolas y optaba por instalarse en París. Fue una de esas ocasiones en que aflora una de nuestras características más acusadas: el prestigio del fracaso. El entusiasmo crítico alcanzó temperaturas de incandescencia. Pero este país tiene ahora otros reflejos de modernidad adquirida y aprendimos la lección. De manera que surgieron como por ensalmo los proyectos de parques temáticos para no quedar rezagados.

Cataluña, siempre ariete del dinamismo empresarial, impulsó el primero bajo el nombre de Port Aventura. Su peripecia incluyó escándalos diversos con nombres sonoros que acabaron recluidos en establecimientos penitenciarios. Pero el Gobierno de la Generalitat dio un paso al frente para evitar el desmoronamiento y las arcas públicas acudieron presurosas a tapar los agujeros para que el proyecto pudiera culminarse. Enseguida se produjo el efecto emulación. Ninguna de las comunidades autónomas, fueran de las históricas con lengua propia o de las de clase media sin más idioma que el castellano, quería carecer de un parque temático.

En Valencia, bajo el liderazgo de Eduardo Zaplana, se pusieron a la tarea de lanzar Terra Mítica. Tuvimos solemnes inauguraciones con el Príncipe de Asturias. No se reparó en gastos. Algunos detalles contradecían la megalomanía del intento. Afloraron con graves déficits las cuentas de resultados y los inversores, entre los que figuraban en primer lugar las cajas de ahorros de la zona, tuvieron que ser convencidos por Zaplana de que les interesaba continuar acudiendo a las ampliaciones de capital. Pasaban los días y con frecuencia el número de visitantes quedaba por debajo del número de empleados de las instalaciones.

Donde España ha dado las notas más altas ha sido en esa nueva rama de la ingeniería financiera que tantas fortunas ha promovido

Así llegamos a la primera página de El País del miércoles que titulaba: 'El caso Terra Mítica alcanza a la Generalitat. Hacienda denuncia por fraude a una empresa pública valenciana'. Luego añadía que la Agencia Tributaria había destapado una presunta trama de facturas falsas y que entre los implicados figuraban dos hombres de confianza de Zaplana. Sucede que al parecer una denuncia en poder de la Fiscalía Anticorrupción involucra en un fraude fiscal a la Sociedad Parque Temático de Alicante, empresa de la Generalitat valenciana que es accionista de Terra Mítica. El timo es elemental y obedece a pautas muy conocidas. Se trata de obras facturadas pero no realizadas en la montaña y accesos de Terra Mítica, así como en los accesos a la Ciudad de la Luz de Alicante.

Sostienen los agoreros que andan anclados en el pesimismo histórico que nuestra raza está infradotada para la investigación. Durante siglos hemos vivido en la ardiente polémica sobre la Ciencia Española o más bien sobre su inexistencia. Unamuno quiso curarnos de semejante complejo con su lema que todavía resuena de 'que inventen ellos'. Don Marcelino Menéndez y Pelayo trabajó en la dirección contraria. Algunos compatriotas nos sirvieron de alivio, como Santiago Ramón y Cajal, del que andamos celebrando alguna conmemoración gracias a José García Velasco. Hemos tenido en América a otro Nobel como Severo Ochoa y la lista podría ampliarse en el ámbito de las ciencias experimentales con Blas Cabrera, Catalán, Duperier y tantos otros.

Pero donde los españoles hemos dado algunas de las notas más altas ha sido en esa nueva rama de la ingeniería financiera que tantas fortunas ha promovido. Claro que ya se sabe que el progreso de la ciencia sigue la senda de ensayo y error y en esta área de la ingeniería financiera el error termina a veces en prisión preventiva. Un lugar que si a muchos envilece a otros los ensalza. Porque los héroes antiguos eran inatacables por los ácidos pero los de ahora sólo se consagran si han tenido una travesía por la perversidad de los infiernos. Como decía la leyenda de una reciente viñeta de El Roto en las páginas de El País, '¡si persiguen los delitos, ¿qué prosperidad va a haber?!'. Quede para otra ocasión el parque de la Warner en San Martín de la Vega o el de Isla Mágica en Sevilla. Continuará.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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