Balance del año electoral de Latinoamérica
Tras los resultados de las elecciones en Ecuador, con la victoria del Rafael Correa, mientras Daniel Ortega se prepara para ocupar de nuevo la residencia presidencial de Nicaragua -que dejó en 1990, derrotado por Violeta Chamorro-, y con la reelección de Hugo Chávez ha terminado por fin este largo año de la democracia latinoamericana. El balance no va a dejar contentos más que a los observadores que se congratulan por el hecho de que ha transcurrido otro año sin sobresaltos de golpes de Estado. No ha habido cambios drásticos en la más alta magistratura, y sin apenas cuestionamiento por los resultados, con la excepción significativa de México, donde Andrés Manuel López Obrador se aferra al sillón virtual, mientras Felipe Calderón ha empezado a gobernar.
La mejora, en comparación con etapas recientes, es obvia. Además, se vislumbra un cambio en Cuba que puede pasar por una sucesión (llamada 'continuidad') sin sobresaltos y desembocar en una transición pacífica y reconciliadora. América Latina, por lo tanto, después de la decena de pasos por las urnas, reclama un voto global de confianza y pide que se apueste por el futuro.
Los comicios formales han sido impecables, como han certificado las comisiones extranjeras de observación. Al tiempo, la pacífica transferencia de poder en todo el subcontinente es una invitación para que continúe la inversión extranjera, se reduzca la carrera de la emigración como única salida, y se proceda a atajar de frente el mal endémico presentado por la pobreza y la desigualdad.
Pero las elecciones también muestran perfiles preocupantes, consustanciales a los sistemas políticos y los tejidos económicos. Por una parte, los resultados electorales han testificado una vez más el declive de los partidos tradicionales y la endémica precaria existencia de formaciones pertenecientes a las grandes familias ideológicas del entramado mundial. En demasiados países, los victoriosos han llegado a caballo de partidos o coaliciones forjados aprisa, sobre la base populista, alrededor de una figura probablemente efímera.
La excepción del Perú, donde el APRA ha regresado al poder de la mano de Alan García, confirma la regla. Es el partido socialdemócrata mejor organizado del continente, pero históricamente sintió envidia de Liberación Nacional de Costa Rica, desde su refundación por José Figueres, que se ha alternado en poder desde entonces con los democristianos, una excepción continental desde que desapareció el dúo venezolano de Copei y Adecos (Acción Democrática). Pero precisamente en Perú se ha confirmado otra pauta de los recientes ejercicios: el vencedor lo ha sido en la segunda vuelta, votado por un grueso del electorado que le negó la confianza en la primera.
Todavía pesa en el continente la consigna argentina: 'Que se vayan todos'. Por lo menos, los militares no han salido de los cuarteles. Están quemados de las aventuras recientes. Pero siguen presionados por las protestas sociales, impelidas por una novedosa coalición de los de arriba (temerosos) con los de abajo (oprimidos por la propia criminalidad que los rodea). Estos dos sectores, tradicionalmente irreconciliables, se sienten hermanados en la nostalgia por soluciones autoritarias, mientras la empobrecida clase media se percibe discriminada y aislada.
Los resultados de las elecciones han generado un gran abanico de propuestas económicas que incluyen la confianza a ultranza en la libre empresa y la apuesta de los tratados de libre comercio con Estados Unidos como panacea para remediar todas las carencias. Pero según otros resultados (en Nicaragua, Ecuador, por no hablar de Bolivia y Venezuela) esta tesis no se acepta y se insiste en la aplicación de medidas socializantes de diverso grado. En otros, aunque con moderación, el triunfo ha venido reforzado por la misma intención (Brasil), al igual que la política socioeconómica de la socialista Michelle Bachelet en Chile, que lidera la insólita y triunfante coalición con los democristianos.
La variedad de los resultados también muestra un empate en cuanto a la procedencia intelectual de los nuevos dirigentes. Se modifica la ola de presidentes y asesores formados en Estados Unidos, sobretodo en programas de economía, que luego aplicaban diversas versiones de liberalización para implantar los parámetros del Consenso de Washington. Llega ahora Correa con un doctorado de la Universidad de Illinois, prometiendo romper con la dependencia del norte.
Pero al mismo tiempo, las perspectivas de autonomía latinoamericana ante el fracaso del esquema global de librecomercio liderado por Estados Unidos y el difunto ALCA, no parecen ser más halagüeñas. El origen disperso de los nuevos mandatarios va a hacer todavía más difícil la profundización de esquemas como la Comunidad Andina (libre de Chávez), pero no parece que mejoren las expectativas de Mercosur. El tabú doble presentado por la necesidad de compartir la soberanía y la resistencia a la dotación de instituciones autónomas con suficiente presupuesto no rebasará la pauta existente que consiste en el intercambio de favores, concretos y personales.
Joaquín Roy Catedrático 'Jean Monnet' y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami