El reto de las fusiones

No parece haber duda al respecto. Las compras y fusiones de empresas han protagonizado el año en los mercados. Aunque el impacto de este proceso en algunos sectores ha sido mayor, como por ejemplo en el energético, la consolidación se ha producido en casi todos los segmentos de la actividad empresarial. Como resultado, en 2006 se han batido todos los récords con un volumen mundial de fusiones y adquisiciones que alcanzará un importe de 3,31 billones de dólares, por encima de los 3,17 billones registrados en el año 2000, en plena burbuja tecnológica. Esta marea de fusiones y adquisiciones promete prolongarse el próximo ejercicio, ya que no se vislumbran obstáculos que impidan la consumación del proceso, ni siquiera el repunte registrado en los tipos de interés. Esa consolidación es inevitable e imprescindible en un mercado como el europeo, inmerso en un proceso acelerado de integración dentro de una economía mundial cada vez más globalizada. La carrera por conseguir economías de escala es ineludible para que la empresas mantengan o mejoren su posición competitiva. La actividad corporativa debe facilitar entre otras cosas las políticas de investigación e innovación de las empresas. Una debilidad de las compañías europeas, en general, y en particular de las firmas con sede en los países meridionales, como España. Se abre, por tanto, una oportunidad para nuestro tejido productivo, sobre todo si las empresas locales toman la iniciativa y lideran estos procesos, cuyo efecto colateral negativo suele ser la pérdida de empleo a corto plazo. A medio y largo plazo, por contra, deben ser una garantía de productividad y de estabilidad para el factor trabajo. De ahí que se deba exigir a los poderes públicos que arrumben sus posiciones nacionalistas, tan negativas siempre para esta Vieja Europa, y dejen actuar al mercado. Los Gobiernos tienen que limitar su actuación a preservar los derechos de los afectados por la consolidación, salvaguardar la competencia y velar por los derechos de los consumidores.