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Columna
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Negocios afines

En La venganza de don Mendo refirió Pedro Muñoz Seca un avieso proceder cinegético que puede muy bien aplicarse a la interacción entre los negocios y la política. Vale la pena transcribir el diálogo en sus términos literales, que dicen así:

-'Ha de antiguo la costumbre/ mi padre el Barón de Mies/ de descender de su cumbre/ y cazar aves con lumbre,/ ya sabéis vos como es./ En la noche más cerrada,/ se toma un farol de hierro/ que tenga la luz tapada,/ se coge una vieja espada/ y una esquila o un cencerro./ A fin de que al avanzar el cazador importuno/ las aves oigan sonar la esquila/ y puedan pensar que es un animal vacuno./ Y en medio de la penumbra,/ cuando al cabo se columbra/ que está cerca el verderol,/ se alumbra. Se le deslumbra con la lumbre del farol./ Queda el ave temblorosa, cautelosa, recelosa/ y entonces, sin embarazo, se le atiza un estacazo,/ se le mata y a otra cosa./

-No es torpe, no, la intención./ Mas un cazador de ley no debe hacer esa acción,/ pues oyendo el esquirol, toman las aves por buey/ a vuestro padre el Barón'.

O sea, que la urdimbre entre el poder y los negocios tiene muy larga tradición. De modo que se hacen pasar por servicios a la comunidad muchas actividades que enseguida se presentan al cobro a precios a veces exorbitantes. Sabemos bien que la historia de muchas fortunas sería inexplicable si se prescindiera de esos momentos decisivos de cercanía beneficiosa al poder político. Y, por ahora, lo dejaremos aquí sin aportar más detalles ni añadir índice onomástico alguno referido al ruedo ibérico.

Vayamos con la música a EE UU, indiscutida luminaria de Occidente, donde George Bush acaba de confiar a sus consejeros áulicos que no está dispuesto a seguir las propuestas formuladas en el informe del Grupo de Estudio sobre Irak, redactado por una comisión de los dos grandes partidos, porque estima que hacerlo equivaldría a subcontratar su función de comandante en jefe.

A partir de ahí, nuestro columnista de cabecera e inminente premio Nobel, Paul Krugman, escribe en el Herald Tribune que semejante actitud le parece bastante irónica. Porque el presidente Bush ha subcontratado o, si se prefiere la expresión inglesa, ha practicado sin cesar el outsourcing de las responsabilidades gubernamentales, pero no a un panel de supuestos hombres sabios, sino a compañías privadas con las conexiones adecuadas. Es decir, siempre que fueran contribuyentes principales a las campañas políticas del Partido Republicano. De forma que el outsourcing ha sido uno de los hitos de su Administración y una de las razones de su fracaso en muchos frentes.

Krugman aduce para ilustrarnos una selección de ejemplos. Menciona cómo la Guardia de Costas ha gestionado los 17.000 millones de dólares del programa de modernización, y cuenta que, en lugar de asumir por sí misma su desarrollo, procedió a subcontratar con las compañías Lockheed Martin y Northrop Grumman la planificación, supervisión y entrega de nuevos barcos y helicópteros. El resultado se tradujo en barcos a un coste excesivo de diseño defectuoso y deficiente seguridad para la navegación, pese a las advertencias previas de los ingenieros del cuerpo siempre desoídas. Después, nuestro columnista se adentra en asuntos diversos de las guerras de Afganistán y de Irak y de la catástrofe natural del Katrina, que se encomendaron a contratistas privados y fueron otros tantos desastres con despilfarro de miles de millones de dólares y pingües beneficios para los adjudicatarios.

Concluye señalando el error fundamental de la ideología anti-Gobierno cuya bandera izaron los del movimiento neocon. Porque los conservadores, a partir de las virtudes de la competencia del mercado atribuyen a la empresa privada la condición de un mágico elixir, cuando no hay razón para asumir que una compañía privada subcontratista de un servicio público lo haga necesariamente mejor que la gente empleada directamente por el Gobierno.

Aquí esto del outsourcing también tendríamos que hacérnoslo mirar porque, como sucede con el colesterol, también hay outsourcing bueno y malo. Cuidado con los entusiastas no vaya a ser que nos encaminen por una senda de la que los americanos están de vuelta. A eso de cuanto menos Gobierno, mejor, y de transferir los fondos públicos para su gestión privada habrá que darle otra vuelta. Los negocios de los afines no siempre redundan en el bien común del público de a pie. Atentos.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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