Brillar después de los setenta
Ala doctora Margarita Salas (Oviedo, 1938) la pillamos el pasado lunes en su laboratorio de biología molecular comiendo un sándwich de queso y una manzana. Era la una y media de la tarde. Su fama de mujer metódica, trabajadora y frugal no es una leyenda. Este sándwich de queso y esta manzana, mejor dicho, otros sándwiches de queso como éste y otras manzanas como ésta, la acompañan desde hace cuarenta años a la hora del almuerzo. 'Lo siento -se disculpará más tarde durante nuestra entrevista telefónica-, pero siempre suelo comer sobre la marcha, para no distraerme del trabajo que tengo entre manos. Si comiera demasiado necesitaría echarme una siesta', reconoce.
La bióloga no para. Cuando no está en el laboratorio está en la Academia, o por el mundo, divulgando los conocimientos científicos que ha ido acumulando a lo largo de su prolongada y meritoria vida laboral. 'Hoy soy mejor profesional que hace diez o quince años, he ganado en experiencia, una cualidad valiosísima en el ámbito en el que me desenvuelvo, y he ganado también en sabiduría'. Salas no se ha sentido vieja nunca, y eso que aún hoy trabaja entre 10 y 11 horas diarias y no practica ningún deporte -'hace tiempo que dejé el tenis', nos cuenta-. El secreto radica en tener ilusión y saber rodearse de un equipo de trabajo joven y entusiasta. En su caso, 18 licenciados que le ayudan a avanzar en sus investigaciones. 'Gracias a ellos el tiempo pasa mucho más lentamente. No diré que me siento como cuando tenía 20 años, pero sí como cuando tenía 40. Qué disparate ese asunto de las prejubilaciones', dice. 'Yo no pienso jubilarme nunca. Trabajaré aun cuando dejen de pagarme'.
La doctora Margarita Salas forma parte de esa pléyade de profesionales, científicos, artistas, intelectuales y empresarios, que aunque ya hace tiempo rebasaron la edad de jubilación, se niegan a abandonar sus ocupaciones, porque estar en activo les divierte y les reconforta. Son viejos que no se reconocen como tal, los men ageing gracefully, como les llamó hace unos meses la revista Time, recordando a un puñado de personalidades que en las etapas más tardías de su vida habían llevado a cabo tareas de gran trascendencia. La vitalidad de estos hombres y mujeres es un privilegio, sobre todo en un país como España, donde uno de cada cinco ancianos vive sólo y el 32,2% padece algún tipo de discapacidad física.
'Comer poco, aprender, dar la espalda al estrés y hacer ejercicio', aconsejan los médicos
En el campo científico existe un caso reciente de gran notoriedad, el del científico americano Robert F. Furchgott, quien después de jubilado descubrió el llamado factor endotelial y obtuvo el premio Nobel, como recuerda el catedrático de Fisiología de la Universidad de Valencia, José Viña. 'La creatividad es una cualidad de la juventud, pero cada vez hay más gente que mantiene un punto de genialidad a pesar del paso del tiempo', afirma.
La lista es larguísima. Rita Levi Montalcini publicando a los 92 años las memorias de su pródiga vida y recordando el poder de regeneración del cerebro, Rubinstein nonagenario dando su mejor concierto en el Carnegie Hall o Torrente Ballester escribiendo con más de setenta años La isla de los jacintos cortados.
El prestigioso abogado Antonio Garrigues (Madrid, 1934) también anda estos días escribiendo su última obra de teatro. El inmenso poder de la decadencia, se titulará. Sotogrande será, como cada verano, rodeado de familia y amigos, el escenario de esta reflexión sobre la vejez escrita por un hombre de 72 años que aún juega al tenis y está empeñado en aprender alemán, aunque le hayan suspendido el primer examen. 'Desde hace unos meses, empiezo a notar el paso del tiempo. Alguien dijo una vez que uno es joven hasta que deja de poder duplicar su edad. Será eso'.
El jurista ha perdido con los años fuerza física, moral y psicológica, 'y ese apasionamiento por las cosas que es propio de la juventud', pero ha ganado en serenidad y experiencia. 'Sin duda hoy cometo menos errores', dice. Y la pasión la ha sustituido por una búsqueda amorosa de las cosas. 'Son trucos de la edad', asegura, tras reconocer cierta nostalgia por la vida que se está yendo. Los fantasmas los conjura, rechazando de plano la idea de la jubilación, estudiando alemán y biología, y manteniendo una vida afectiva plena activa. La sexualidad, nos dice, 'conecta al hombre directamente con la juventud'.
La llave para una madurez lúcida
El envejecimiento comienza, frente a lo que mucha gente cree, en la edad adulta, alrededor de los 30 años, como ha estudiado el prestigioso gerontólogo español Jaime Miquel, ex director del Laboratorio de Envejecimiento de la NASA. A esa edad comienza ya un claro cambio de la fisonomía: en muchos individuos aumenta el peso corporal con cúmulo de grasa, disminuye el metabolismo basal y descienden los niveles de ciertas hormonas. Y con test muy finos se pueden detectar cosas que para gentes embebidas en un sentimiento de plena juventud resultarían sorprendentes. Por ejemplo, el declive de la memoria a corto plazo, de la atención, de la facilidad para el cálculo matemático y de la rapidez en proceso de razonamiento. Y lo que también parece sorprendente, hay un cambio en los patrones de sueño.La pregunta es: ¿Se trata de un proceso irresoluble y pasivo? El doctor Francisco Mora, catedrático de Fisiología Humana en la Universidad Complutense de Madrid, responde que no. 'Hoy sabemos por experimentos bastante recientes en animales, pero también por datos obtenidos en seres humanos, que existen toda una serie de genes dormidos, con un programa abierto, que pueden ser activados durante el proceso de envejecimiento. Son genes que producen moléculas capaces de rejuvenecer el cerebro, los llamados factores neurotróficos, y con ellos se producen nuevas proteínas y un crecimiento de las ramas de la neuronas y aún de nuevas neuronas en áreas del cerebro como el hipocampo, que tienen que ver con el aprendizaje y la memoria'.La llave de este proceso, nos dirá el doctor José Viñas, está en la adopción de un estilo de vida que incluya la eliminación de sustancias y relaciones tóxicas, como el tabaco y los jefes que le llevan a uno por la pendiente del estrés, la actividad física aeróbica, como la bicicleta o la marcha, y anaeróbica, como las pesas, que evitan la pérdida de masa muscular, una dieta frugal donde manden las verduras y las frutas, y dos vasitos diarios de vino. 'El objetivo, comprimir los achaques a los últimos años de vida. Morir a los 95 años y en la cama', resume el médico valenciano.