Cuba, del negro Pascualón al Estado fiscal
En las últimas semanas la opinión pública mundial ha vuelto a interesarse por Cuba, por su presente y por su futuro. Pues bien, el devenir de la historia permite pronosticar hoy, parafraseando a Blas Infante, que el futuro de Cuba será el de un Estado fiscal o no será. En efecto, desconocemos el ritmo que seguirá el proceso de los cambios y las singularidades que acompañarán a las transformaciones, pero el resultado final será un Estado que, con mayor espacio para la actividad económica privada, financie básicamente la provisión de bienes y servicios públicos a través de los impuestos cobrados por los ingresos y beneficios generados por dicha actividad.
Por lo expuesto, resulta interesante observar el proceso de consolidación del actual sistema tributario cubano y de la organización responsable de aplicarlo -Oficina Nacional de Administración Tributaria- desde su nacimiento a mediados de la pasada década. Al respecto, en el curso de un reciente seminario internacional organizado en La Habana por la firma Consulting Empresarial, he podido percibir la intensidad de determinados cambios operados en Cuba en estos 10 años en los escenarios mercantil y fiscal.
Narraba con un extraordinario gracejo el profesor Dávalos -árbitro de la Corte de Arbitraje Internacional de Cuba- una de las múltiples anécdotas acumuladas en su dilatada y brillante trayectoria como profesor de la Facultad de Derecho en la Universidad de La Habana. Según Dávalos, cuando hace años, al preguntar a sus alumnos de un curso nocturno por el modo en que se llega a la Corte Internacional, se encontró con la respuesta del negro Pascualón que contestó: 'Es fácil, profesor, ¡con cuello y corbata!'. Y es inevitable contrastar este pasaje del pasado de Cuba con la realidad actual en la que la promulgación de nuevas normas tributarias y las medidas adoptadas para su aplicación generan una dialéctica entre las autoridades fiscales y los contribuyentes que en poco o nada se diferencian de las que suceden en los países con un avanzado grado de desarrollo tributario.
Así, la reciente promulgación de nuevas obligaciones contables y fiscales para las sucursales cubanas de empresas extranjeras está provocando en Cuba las lógicas inestabilidad e incertidumbre que todo cambio normativo provoca en los agentes económicos: alcance de las modificaciones, exigencia en el ritmo de adecuación a las mismas, alteraciones en la carga fiscal del impuesto de utilidades -equivalente a nuestro impuesto de sociedades-, etcétera. Con las peculiaridades propias que rodean a lo cubano, se percibe el esfuerzo de su Ministerio de Finanzas para que los contribuyentes conozcan, comprendan y apliquen las nuevas normas. Del mismo modo, es perceptible el esfuerzo de las empresas contribuyentes y de los componentes de la incipiente profesión cubana de la asesoría fiscal para que el proceso de reformas sea racional en su concepción -que no afecten al funcionamiento eficiente de las empresas-, y sensato en su implantación -que sean aplicadas paulatinamente y primando la prevención sobre la corrección-. En todo caso, parece existir un entorno de diálogo en el que los contribuyentes plantean sus opiniones y sugerencias a la Administración, correspondiendo a ésta encauzarlas para conciliar adecuadamente el interés general y el interés individual.
En este periodo las autoridades cubanas han seguido avanzando en otros campos, como son la suscripción de convenios de doble imposición internacional (después del firmado con España en 2001, han entrado en vigor otros cuatro convenios acordados con otros tantos países y ocho más están próximos a iniciar su vigencia); la presencia en los foros tributarios internacionales (Cuba es ya miembro de pleno derecho del Centro de Administradores Tributarios -CIAT-); el desarrollo de la auditoría fiscal (la equivalente a nuestra inspección tributaria ha ampliado su radio de acción y la intensidad de sus actuaciones correctoras de incumplimientos tributarios), o la formación técnica de los profesionales de la Hacienda pública (se ha consolidado el centro de capacitación para funcionarios tributarios).
De este modo, con mayor o menor rapidez o lentitud según la valoración de cada cual, lo cierto es que se van asentando en Cuba las bases de un auténtico Estado fiscal, requisito imprescindible para afrontar un futuro que incorporará condiciones económicas diferentes a las que han acompañado su pasado.
La comunidad internacional -y dentro de ella muy especialmente España- debería jugar un papel inteligente en el transcurso de los próximos años en Cuba. Respetando su soberanía y su independencia, pueden aportarse las respectivas experiencias de los diversos países y prestarse los apoyos necesarios que le permitan definir y escribir su propia historia para alcanzar mejoras en el nivel de vida y en el bienestar de sus futuras generaciones. Los cubanos se lo merecen.
Ignacio Ruiz-Jarabo Colomer Ex presidente de la SEPI y presidente de EDG-Escuela de Negocios