La pensión y la batería de cocina
La reforma fiscal recién aprobaja por el Gobierno quita buena parte de la paja que rodea a la fiscalidad del ahorro. Un sistema tributario que, como esas empresas con tantos años a sus espaldas que tienen más categorías que trabajadores, había generado profusión de productos, cada cual con un formato diferente, cuya razón de ser era acogers e a tal o cual fiscalidad.
La reforma actual, que pone casi todos los productos al 18% tiene la notable ventaja de que la diferencia entre dedicar el ahorro, quien lo tenga, a un tipo de activo o a otro no vendrá del régimen fiscal sino de la rentabilidad de los activos. Con dos consecuencias. Primero, que las entidades pasarán a competir por su acierto a la hora de ofrecer y gestionar inversiones en vez de por la astucia de sus fiscalistas. Segundo, que las decisiones de inversión no estarán condicionadas por el desequilibrio fiscal actualmente en vigor.
Los planes de pensiones son un buen ejemplo. La rentabilidad esperada de un producto es, probablemente, un factor de tercer orden a la hora de contratar este tipo de fondos. En primer lugar está la rebaja de la factura fiscal y en segundo puesto el regalo que ofrece la gestora. Un televisor, una batería de cocina, un jamón o una cubertería. Y después, ya vendrá la rentabilidad que, total, no se cobra hasta el momento de jubilación.
En este sentido, el tipo del 18% para la mayoría de las rentas del ahorro es una buena noticia. Sin embargo, precisamente en la comercialización de los planes de pensiones es donde se notarán menos cambios. Se ha modificado la tributación del rescate, favoreciendo el que se efectúa en forma de renta sobre el que se efectúa en forma de capital.
Una decisión coherente con el planteamiento de entender los planes de pensiones privados como un complemento para la jubilación y no como una forma más o menos subvencionada de colocar el ahorro en plazos muy largos.