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Tribuna
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Innovar o no, esa es la cuestión

Paseando recientemente por una feria con un amigo hindú, me hizo una reflexión que me resultó muy interesante: 'las calles están llenas de oro, basta con agacharse y recogerlo'. Para algunos esta afirmación puede resultar obvia pero muchas veces lo inmediato puede pasar desapercibido por su propia evidencia.

El proceso de globalización permite que el mercado de un producto se extienda por todo el mundo fácil y rápidamente. En un mercado global la lucha por lo nuevo resulta más importante que en un mercado cerrado ya que las ventajas arancelarias no existen para los productos poco competitivos.

La novedad, el salirse de lo conocido, el tener algo especial, son algunas de las razones por las que los consumidores decidimos. Como consecuencia de esto, la innovación se constituye como una de las variables más importantes de la competitividad de una empresa o una sociedad.

Podría decirse que ese producto que espera, en una estantería de cualquier establecimiento, a que alguien lo compre es el resultado de las inteligencias que se han coordinado para crearlo y llevarlo ante el consumidor. Por tanto, la competitividad, sobre todo en el caso de la innovación, no sólo es cuestión de potencia empresarial sino también del buen uso de la inteligencia o el talento de una organización.

Consecuentemente, concluir que cualquier negocio tiene sus bases en una innovación anterior es percatarse de algo evidente. Y comprobar, qué aportación ha hecho nuestra empresa en dicha innovación es conocerse empresarialmente un poco mejor. Sin embargo, muchas empresas no son suficientemente conscientes de que nacieron de la innovación, ya sea de la propia empresa o de terceros, y piensan que la innovación es simplemente una opción más.

Si se trata de que una sociedad construya un caldo de cultivo donde se desarrolle la innovación para que sus productos y servicios ofrezcan más valor a los clientes hay que tener en cuenta algunos aspectos.

La innovación no nace desde la comodidad del sillón sino que tiene su origen en la necesidad del garaje. Lo cierto es que el hombre sumido en la abundancia no suele tender a innovar, por tanto, la innovación tiene que ver con cierto estado de necesidad.

En segundo lugar, la innovación rentable precisa de la creación de un ambiente innovador, donde se escuche de manera crítica al que trae algo nuevo. Para ello, la sociedad debe estar interesada por la novedad, España en algunos ambientes puede resultar demasiado clásica, pudiéndose en ocasiones, ridiculizar lo nuevo por inconveniente. Al mismo tiempo, es necesario diferenciar claramente entre lo nuevo sin más y aquello que ofrece un nuevo valor interesante, o que mejora lo existente, ya que esto último es lo que permitirá más posibilidades de éxito.

En las sociedades donde tiene demasiada importancia la apariencia se corre el riesgo de centrarse más en parecer innovador que en ser innovador, esto puede desembocar en una dinámica desorientadora ya que se construye una competitividad no suficientemente fundamentada. En este sentido es recomendable comprobar el resultado de las inversiones específicas en innovación y vincular las inversiones a algún tipo de resultado, llamémosle rentable, no tanto a pretensiones.

Otra cuestión destacable consistiría en preguntarse qué capacidad tiene el innovador para rentabilizar y llevar a cabo su proyecto. Es común en España premiar la listeza por encima de la inteligencia, por ello, los innovadores no abundan, ya que en muchas ocasiones, el innovador tiene que abrirse a alguien para proponer su proyecto y esta apertura trae consigo un riesgo, la copia del mismo. En este sentido, recalcaría la necesidad de ayudar y respetar tanto al innovador como a su equipo. Conviene pensar también que la innovación no necesariamente es sinónimo de complejidad, a veces las mejores ideas son las más sencillas.

Otra destacable característica que tendría que tener una sociedad innovadora de éxito es creer en sí misma. Nadie puede ganar ninguna competición si no se siente de antemano, en parte, con derecho al premio. Este sentimiento de pensar que podemos llegar a conseguir grandes productos y servicios es fundamental para poder crearlos; por su puesto, sin por ello ser ilusos, es decir, contrastando realidad y pretensión.

Por último, cada mercado tiene características concretas y específicas, y requiriere un análisis diferenciado. No obstante, hoy, si una empresa acierta en su producto o servicio, su mercado es el mundo entero y la gran competición ha empezado ya. Por delante tenemos unas nuevas Américas que descubrir, y recuerden, para algunos 'las calles están llenas de oro'.

Nilo García Manchado. Responsable general de Crambo Innovación

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