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Columna
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El país de las paradojas

Desde el siglo XVI España ha sido una paradoja permanente para muchos viajeros extranjeros, ya sean éstos embajadores venecianos o corresponsales de periódicos. Viene esto a cuento de ciertos acontecimientos recientes que me han hecho preguntarme cuál podría ser la opinión de nuestros vecinos europeos ante la forma en que los hemos planteado y resuelto. Vaya a continuación una breve selección.

Comienzo por un hecho insólito: un etarra -¡otro arrepentido!-, especialista en amenazas a jueces, insulta constante y gravemente al presidente de una sala de la Audiencia Nacional, a otro juez de instrucción de la misma Audiencia que testificaba en la vista y al fiscal. Pues bien, el presidente encaja impertérrito los insultos, actitudes violentas y amenazas de muerte y lo único que aclara días después es que 'el procesado debe asistir a su propio juicio', se sobreentiende incluso si su actitud equivale a un menosprecio continuo a esa justicia a quienes los demás otorgamos un respeto reverencial.

Otra muestra de comportamiento extravagante es la de un cómico gallego que en enero y en una televisión pública periférica, después de calificar al presidente de Extremadura de 'impresentable' le recordó que Cataluña alimenta a su pueblo e insultó a España empleando una frase despreciativa que los nacionalistas más extremados utilizan ocasionalmente en su Galicia natal. Aparte del olvido de Madrid y Baleares como comunidades más solidarias que Cataluña, cabría preguntarse si este señor sabe que la suya -Galicia-, como Extremadura, también recibe fondos de otras regiones españolas. En todo caso, parece que escudándose en la llamada libertad de expresión se ha enfadado porque en Madrid no agradan sus opiniones y -¡ah, la Comédie Française!- se emplea el dinero público en fines diferentes de montar una obra suya.

No andamos tampoco escasos de paradojas en eso que llamamos vida política. La primera que me llama la atención es la unanimidad con que el Congreso votó a favor del envío de soldados a Líbano. Que ni uno solo de nuestros representantes haya sido capaz de reconocer cosas tan obvias como que allí se está jugando una partida peligrosísima entre EE UU e Israel por un lado y Hezbolá, Siria e Irán por otro en la cual no pintamos nada y que podemos arriesgar legalmente las vidas de nuestros soldados -a diferencia de países como Reino Unido, que no aporta soldados, o Alemania, que los dedicará a tareas con mínimo riesgo- en una misión a la vez peligrosa e irrelevante -como otra anterior de la Finul- me hace dudar que alguien sensato me represente en la carrera de San Jerónimo.

En un agudo artículo, como todos los suyos, instaba Savater a no confundir a los ciudadanos con equívocos a propósito del mal llamado proceso de paz en el País Vasco. Suscribo todas sus razones pero me pregunto cómo una persona tan inteligente como él no repara en que, sin dudar de sus elevados motivos a largo plazo, toda la confusión que rodea a lo que él califica de 'desguace' de la banda criminal ETA le viene de perlas al jefe del Gobierno para situarse en la mejor situación posible ante las próximas elecciones generales de 2008. Y habrá que pensar que razones muy semejantes debieron influir en que un experto tan avezado en esos asuntos como Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro del Interior desde el 13-M, desoyera el acreditado consejo ignaciano de no hacer mudanza en tiempo de crisis y haya puesto patas arriba el organigrama de los cuerpos de seguridad del Estado.

Otra paradoja que presenta matices angustiosos para sus protagonistas -los que la provocan y los que la padecen- es la oleada de inmigrantes ilegales que día a día llegan a las Canarias. Paradójicas son las declaraciones de las autoridades senegalesas relativas al cumplimento de los acuerdos con España para repatriar a sus inmigrantes, paradójica es nuestra política de inmigración -salvo para José Blanco- y paradójicas son las esperanzas puestas en la ayuda de nuestros socios europeos cuando uno de los más influyentes nos recuerda por boca de su ministro del Interior cuán incoherente resulta pedir ayuda cuando se ha regularizado medio millón de inmigrantes clandestinos sin consultar.

En el próximo artículo analizaré las paradojas de la economía española; por hoy me basta con la siguiente: ¿qué opinión les merece un vicepresidente económico del Gobierno que, a propósito de la opa Endesa, afirma que la CNE acaso haya invadido competencias comunitarias, que Bruselas quizá tenga razón en criticar condiciones impuestas por la CNE y que éstas no podrán mantenerse?

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