Cinco años y grandes pesares
Es inevitable. Desde hace semanas se vuelve a hablar de lo que cada uno hacía un día como hoy hace cinco años. Se recuerda como sucumbió el World Trade Center y como perdieron la vida 2.973 personas el 11S, 2.749 de ellas en Manhattan.
En estos cinco años se han cerrado algunas heridas en Nueva York. La económica la primera. Se ha vuelto donde se estaba antes. Fluye el dinero en una ciudad que vive en buena medida de los servicios financieros. El alcalde Bloomberg dice que hay un superávit de 3.500 millones (aunque no menciona la deuda), la vivienda está más cara que nunca, los restaurantes buenos tienen lista de espera y en el sur de la isla se han construido casi 6.000 apartamentos, oficinas (menos) y tiendas como Tiffany.
La catarsis, eso sí, no ha ayudado a Nueva York a salir de su endémica desigualdad social. La vida se hace dura para los que viven con el salario medio (49.000 dólares anuales). El dinero de la reconstrucción se ha utilizado para crear vivienda subsidiada, pero también edificios de lujo.
Hay pesares que no mitigan. Los de las familias de las víctimas, el de la ocasional ansiedad o el agujero de la Zona Cero abierto por disputas entre autoridades, el inmobiliario y las dudas sobre la financiación y viabilidad económica de los proyectos.
Hay otros desgarros que siguen sangrando. La salud de los vecinos de la zona a los que las autoridades dijeron que era seguro volver, la de los trabajadores que limpiaron el área, policías, bomberos y servicios médicos. El Mount Sinai ha examinado a 9.500 personas que trabajaron en la Zona Cero y ha concluido que siete de cada 10 tienen enfermedades crónicas de pulmón. El aire era peligroso, pero la Agencia Medioambiental dijo lo contrario y suspendió las regulaciones de seguridad para trabajar. Los enfermos pagan sus caros tratamientos porque el Gobierno no lo hace. Se han presentado 8.000 demandas.
En la Casa Blanca también miran atrás. Hay frentes cerrados. Ahora se vive lo que se perfila como un aterrizaje suave de una economía que no dejó de crecer tras la breve recesión de 2001. Los estímulos fiscales y monetarios, además de la tecnología en la que se invirtió en los años precedentes, han hecho posible salir adelante con fuerza.
No obstante, el estímulo fiscal y el coste de los conflictos bélicos que George Bush unifica bajo el eslogan 'guerra contra el terrorismo', han convertido en crónico el déficit presupuestario.
Y el resultado de estas guerras es muy discutido. Bush detalla éxitos que los expertos califican como mucho de tácticos y corto placistas. Entre otras cosas, Irak se desangra en lo que cada vez se parece más a una guerra civil. Afganistán rompe los hilvanes con los que se quiso olvidar una campaña cuyo fracaso inicial (la imposibilidad de atrapar a Osama Bin Laden) se escondió tras el triunfalismo precipitado de la de Irak, un país sobre el que se insistía que era 'el primer frente en la lucha contra el terrorismo'. El apoyo popular a la guerra y a Bush cae. El Senado acaba de concluir que no había relación entre Al Qaeda y Sadam Hussein y sin embargo aún hoy el 43% de la población cree que el presidente iraquí estuvo involucrado en el 11S.
Salir de este agujero bélico será más difícil que cerrar el de la Zona Cero y todas las heridas abiertas en un día como hoy hace cinco años.