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Columna
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Comienza el curso

Ante el comienzo el nuevo curso político y económico, el autor repasa los acontecimientos del verano con la vista puesta en el futuro. En su opinión, la mejor noticia es la buena marcha de la economía, pero aun así advierte sobre la necesidad de ser prudentes

Agosto ha terminado y comienza el curso político. No faltarán cuestiones que debatir pues el verano ha sido prolífico en problemas de calado, como suelen decir ahora los políticos y los analistas resabidos. Empezamos con la advertencia del Instituto Nacional de Estadística ( INE) indicando que podría haber un millón de extranjeros de los que no se tenía oficialmente noticia alguna. Esa advertencia sobre la diferencia entre las cifras del padrón municipal y la realidad demográfica del país supondría que tenemos una población flotante que nadie controla.

A ello se añadió la proposición no de ley presentada por PSOE e IU-ICV para que los extranjeros con papeles puedan votar en las elecciones municipales del 2007; mientras siguen llegando inmigrantes subsaharianos a Canarias sin que la UE y mucho menos el Gobierno central encuentren los medios para detener esta oleada humana.

Seguimos bajo la amenaza de una inflación alta y unas Administra-ciones públicas que actúan expan-sivamente

Pero quien sí encontró los medios para paralizar un aeropuerto tan transitado como El Prat fue el personal de Iberia, que en una huelga salvaje ocupó las pistas sin que los responsables del orden público, los de gestión del aeropuerto, ni mucho menos los de la compañía privada se llamaran a andanas. Pero la temperatura aumentó aún más en Galicia y sus bosques fueron pasto de las llamas en una proporción inusual y con caracteres amenazantes. El Gobierno autonómico reaccionó tarde y mal -argumentando una siniestra trama que hasta ahora nadie ha desentrañado- y el central se vio forzado a que su presidente se hiciera in situ las fotos de rigor, se enviara al Ejército y se diera algún dinero.

Claro es que si los bosques gallegos están atestados de maleza sin limpiar, la política exterior, por el contrario, presenta una superficie resbaladiza; ello explica el patinazo de un alto cargo del partido en el Gobierno sobre el carácter genocida del avance militar israelita en Líbano, la prematura felicitación a un candidato a la presidencia mexicana que todavía no ha visto confirmada su victoria por el tribunal pertinente y los continuos coscorrones de Bruselas por la opa de Endesa.

El País Vasco no podía, por supuesto, dejar de ser noticia veraniega y no por la regatas de traineras, pues ETA y Batasuna no cesaron de lanzar bravuconadas a propósito del llamado 'proceso de paz' y la violencia callejera resurgió para recordar a los desmemoriados lo que les aguarda en un País Vasco con autodeterminación.

Pero no todas las noticias habían de ser malas; al final del segundo trimestre nuestra economía seguía creciendo con fuerza y aun cuando la inflación subía los españoles vivimos cada día más felices.

A nadie sorprenderá, pues, que los enfrentamientos políticos otoñales sean constantes y, lo que es peor, que todo siga, desgraciadamente, patas arriba. La inmigración ilegal continuará sin solucionarse y por muy insensata que parezca la demagógica propuesta de otorgar el voto a más de un millón de extranjeros -la mayoría de los cuales provienen de países en que el voto no existe o es una farsa- acabará aprobándose si un milagro no lo impide; además ni Fomento, ni Interior, ni Iberia, ni los responsables sindicales de la ocupación de las pistas de El Prat responderán por sus acciones u omisiones; el Bipartito Gallego continuará buscando tramas incendiarias pero los bosques de su Comunidad serán de nuevo pasto de las llamas el verano próximo. Eso sí, enviaremos un batallón al Líbano para impedir posibles genocidios aunque algún soldado inocente muera en el intento, y por defender a un ministro incompetente y amparar los intereses de una empresa privada Bruselas nos impondrá un serio correctivo. Y en cuanto al País Vasco, como somos unos optimistas antropológicos, esperaremos pacientemente a que nos digan cuánto hemos de pagar por una paz que hemos dejado de ganar.

Pero quedará la buena situación económica como consuelo ante tanta adversidad. Ahora bien, aun con una buena situación deberíamos ser prudentes ante el futuro. Seguimos bajo la amenaza de una inflación alta, con efectos perniciosos sobre la productividad, conjugada con unas Administraciones públicas que actúan expansivamente y sin que el Gobierno dé señales de enfrentarse a los problemas estructurales que nos atenazan cara al futuro a juzgar por la timidez de las recientes reformas en los campos de la reforma laboral y las pensiones públicas.

Si sobre ese trasfondo se proyecta la continuación de los proyectos de reforma de los estatutos autonómicos -Andalucía, Galicia, para empezar-, la pugna por reivindicar 'la memoria histórica' y borrar símbolos de un pasado que nos incomoda porque nos recuerda lo que no fuimos capaces de hacer, mucho me temo que no sepamos evitar el peligro de convertirnos en una democracia sin demócratas.

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