La cantidad y la calidad del empleo
Los registros de afiliación de la Seguridad Social y del desempleo de las oficinas públicas de contratos revelan un nuevo avance de la ocupación en julio. Pero como una réplica de la estructura del mercado de trabajo en España, la naturaleza del empleo generado no es precisamente de la mayor calidad. Los cotizantes al sistema de pensiones han aumentado en unos 120.000 en el mes, cantidad muy alejada ya de los avances de más de dos centenares de miles mantenidos durante los meses del año pasado para absorber la avalancha de inmigrantes regularizados en el proceso extraordinario abierto en febrero de 2005. De hecho, en términos relativos, la afiliación crecía a tasas superiores del 5% hace sólo un año, por un efecto meramente de afloración estadística, y ahora ha vuelto a valores en torno al 3%, más acorde con un crecimiento económico como el español. Es más, la afiliación de extranjeros incluso ha descendido en julio como muestra más evidente del fin del proceso de afloración masiva de trabajadores que estaban en situación sumergida, al menos a efectos fiscales y laborales.
El registro del desempleo, por su parte, da algunos detalles más sobre la calidad del empleo. Y no precisamente de mejora, salvo en el crecimiento de contratos temporales convertidos en fijos al calor de los nuevos incentivos económicos que entraban en vigor el primero de julio. 90.000 jóvenes han mejorado, según el registro, su relación contractual con las empresas, y supone un alivio para la temporalidad del sistema, que podría reducirse sustancialmente por debajo del 30% si los vaticinios de la Administración se cumplen: más de un millón de temporales convertidos en los próximos meses.
Una estructura económica como la española, excesivamente sesgada ahora a la actividad constructora y con una proporción tradicionalmente alta de servicios eventuales como el turismo o la agricultura, tiene que funcionar con modelos de contrato de duración definida. Pero parece fuera del alcance de la lógica que uno de cada tres asalariados tenga que convivir con un contrato temporal. Una situación como la actual no puede perpetuarse, y debe aprovecharse la buena marcha de los negocios, y el compromiso que los empresarios acaban de empeñar con sindicatos y Gobierno, para colocar la temporalidad en tasas razonables, desde luego no por encima del 20%. La intencionalidad de los empresarios consultados recientemente por este periódico en el Barómetro Empresarial de julio pasado acerca de la materia no es precisamente, sin embargo, de optimismo.
Excepción hecha de esta transformación de eventuales en estables, el resto de los sesgos del empleo es más cuestionable. El descenso cuantitativo, desde luego modesto, se concentra en actividades coyunturales del sector servicios, y en jóvenes y mujeres, con una remuneración apreciablemente más barata en la mayoría de los casos. Además, registra un lógico descenso en las comunidades con mayor concentración de actividad turística, y un avance llamativo en aquellas muy activas en construcción, como Madrid y Cataluña, movimiento que podría esconder prácticas empresariales abusivas en el uso de la contratación.