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Columna
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Los nuevos protagonistas

El éxito económico de España no ha tenido hasta ahora un protagonista concreto, sino que era atribuible a la sociedad en su conjunto, según el autor. En su opinión, este papel principal lo están adquiriendo ahora las empresas de sectores como construcción, turismo o inmobiliario, a través de sus adquisiciones internacionales

Es un lugar común afirmar el éxito económico de España desde la instalación de la democracia a pesar de que ésta llegó en medio de una de las crisis económicas internacionales más profundas del pasado siglo XX (la llamada crisis del petróleo) que obligó a hacer frente a una profunda reconversión industrial con sus secuelas de paro obrero y aumento del gasto público social y a una no menos devastadora pero más discreta en su despliegue crisis bancaria.

La apertura de nuestra economía al hilo de la entrada de España en las Comunidades Europeas, el aumento de la competencia, la modernización de los mercados financieros y no financieros, la actualización y mejora de las instituciones de todo tipo en nuestro país apoyaron un crecimiento a partir de 1985 claramente por encima del registrado dentro de la Unión Europea, posibilitando un importante proceso de convergencia de nuestros niveles de bienestar medidos no tan sólo por el PIB per cápita, sino también por el conjunto de bienes y servicios públicos gratuitos o casi gratuitos (enseñanza, sanidad u otras políticas sociales, etcétera) y el entramado de subsidios y pensiones públicas que forman parte del nivel de vida de los españoles y que hoy se espera complementar con el desarrollo de los subsidios a las situaciones de dependencia.

A ello se añadió la mejora de las infraestructuras, la notable modernización de las comunicaciones terrestres y aéreas y de las telecomunicaciones que han hecho de España un país más habitable y físicamente mejor vertebrado de lo que ha estado nunca.

Por primera vez en la España moderna posindustrial el espíritu empresarial y la capacidad de innovación están teniendo un papel protagonista en la configuración de nuestro futuro

Pues bien, en la mayoría de los casos en los que se han producido estos desarrollos el protagonista fundamental ha sido la sociedad española en su conjunto. Los empresarios modernizando sus organizaciones y aumentando sus inversiones; los trabajadores mejorando su preparación y su eficiencia; el sistema de enseñanza mejorando, aunque nos parezca que de modo todavía insuficiente, sus resultados; los contribuyentes aportando sus recursos; la Administración pública tratando de ser cada vez más eficiente, aunque todavía con demasiada intervención en la vida económica, y los diversos Gobiernos manteniendo unas líneas directrices en la política económica con pocas variaciones y una señalada afectividad.

No podemos decir, como quizá en otros países, que el descubrimiento de nuevos recursos, el desarrollo de tecnologías propias y las innovaciones correspondientes o el crecimiento espectacular de una industria, en concreto, hayan servido como motor de arranque de este notable proceso de modernización que ha experimentado España. En verdad no podemos, durante la mayor parte de nuestro pasado reciente, señalar a un protagonista económico concreto de la buena marcha de la economía española. Durante mucho tiempo fueron más importantes los cambios en el sistema bancario, como tal, que el papel de los bancos individualmente considerados, la política de obras públicas que las constructoras o la regulación de los sectores energéticos que las compañías de gas y electricidad.

Esto es lo que ha venido cambiando en el último decenio en nuestro país. Es cierto que en alguna medida, pero sólo en alguna medida, este cambio no se hubiera producido si no hubiera estado precedido de la ola de privatizaciones de empresas y monopolios públicos no sólo en España, donde se convirtieron en grandes empresas privadas con un fuerte dinamismo adormecido bajo la propiedad pública y las condiciones monopolísticas, sino también en otros países donde, a través de las compras en los procesos de privatización, nuestras empresas devinieron multinacionales.

Esto es verdad de algunas, pero no de todas, y aunque las privatizaciones constituyen el marco histórico y conceptual en que se han desarrollado los nuevos protagonistas de la marcha económica de España sería un error confundir una cosa con otra. Las privatizaciones sólo tuvieron un efecto marginal en la creación de dos de los más grandes y eficientes bancos del mundo (Santander y BBVA) y si fueron importantes tanto en su origen como en su desarrollo en las empresas de agua, energía y telecomunicaciones multinacionales españolas hoy ya apenas cuentan en sus ambiciosos planes de expansión.

Pero otros nuevos protagonistas están llamando a las puertas del futuro económico de España adquiriendo una importante masa crítica e iniciando su ambicioso proceso de globalización a través de importantes adquisiciones internacionales. Las empresas de construcción, en su diversificación hacia los servicios (gestión de autopistas, aeropuertos, puertos, residuos de todo tipo), directamente o a través de compañías especializadas, se están convirtiendo en jugadores globales en estos mercados. Lo mismo está empezando a suceder con el sector inmobiliario, como ya viene pasando con el sector hotelero y de viajes y no sería raro que fuera ocurriendo en otros sectores de carácter más financiero, como el de los seguros.

Por primera vez en la España moderna posindustrial el espíritu empresarial y la capacidad de innovación están teniendo un papel protagonista en la configuración de nuestro futuro, al margen del apoyo estatal y sin más ayuda que su propio ingenio. En verdad, junto con toda la sociedad, ellos ya son los nuevos protagonistas de nuestra economía.

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