La vieja historia de las 'telecos'
Dice el refrán que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Quizá sea por eso que el comportamiento del mercado se escapa a los argumentos que uno lee en los informes de expertos. El sector de las telecos es un buen ejemplo. La industria de comunicaciones no termina de levantar cabeza pues, una vez que rebotó desde los mínimos posteriores a la crisis, las cotizaciones se han estancado. Telefónica, por buscar un ejemplo cercano, se compra ahora a niveles similares a los de 2004, lo que le ha valido para que sea adelantada por Santander como primer valor del mercado español.
De vez en cuando aparecen informes que señalan que este sector ha perdido su atractivo como fuente de crecimiento, al convertirse un proveedor de servicios. Como si de una concesionaria de autopistas o una compañía de aguas se tratase. Tiene sus redes, terrestres o móviles, y las alquila a los usuarios o a intermediarios, y dado que tanto el universo de consumidores como el gasto medio se mantienen, los ingresos se estabilizan. Eso, en el mejor de los casos, porque en el peor la competencia erosiona las rentabilidades.
Por eso llama doblemente la atención que ciertos bolsistas se lancen en brazos en ambiciosos proyectos dentro de esta industria, que a lo largo del tiempo ha demostrado que es cualquier cosa menos sencilla para los nuevos entrantes. Es el caso de Jazztel, que lleva desde antes de la citada crisis cotizando a partir de expectativas.
Algo que, pese a los altibajos, da la opción al bolsista de acumular pingües beneficios si acierta con los momentos de comprar y vender. Como ayer, cuando las promesas de un ejecutivo hicieron que la acción valiese un 18% más.
Son expectativas, al fin y al cabo. No se sabe si expectativas sobre la evolución futura del negocio o sobre el sentimiento futuro de los inversores, pero expectativas. Quizá sea esa la delgada línea que separa la especulación de la inversión en Bolsa.