Cómo detectar el fraude financiero
Las entidades financieras confían en gran medida en sus sistemas de control interno para gestionar el riesgo de fraude. Los controles internos sólidos y eficaces pueden contribuir a evitar y detectar delitos, proteger los activos de una entidad financiera, ayudar a garantizar la exactitud de la información financiera y cumplir los requisitos normativos y estatutarios.
Si bien este interés por mantener firmes controles internos sobre los principales procesos es importante -por ejemplo, a través de la separación de obligaciones y de las autorizaciones de la función de pagos- estas medidas no son suficientes para atajar de forma efectiva este tipo de delitos. Es importante tener en cuenta los siguientes aspectos adicionales para gestionar de forma eficaz el riesgo de delitos financieros.
En primer lugar, todas las entidades financieras cuentan con un formidable activo para combatir los delitos financieros, si bien en muchos casos este activo está infravalorado: sus empleados. Las entidades financieras han de involucrar a sus empleados en la lucha contra el fraude y asegurarse de que comprenden y valoran los riesgos de fraude a los que se enfrentan.
Son las personas, y no los procesos, los que cometen los delitos, y por lo general son las personas, y no los procesos, los que los evitan y los detectan. Un estudio reciente elaborado por la Association of Certified Fraud Examiners ha concluido que el 40% de las actividades fraudulentas cometidas por miembros del personal fueron detectadas gracias a denuncias, principalmente de empleados, pero también de clientes o proveedores, en comparación con el 18% que se detectó con el funcionamiento ordinario de los controles internos de la entidad.
El Código de Conducta para Empresas Cotizadas recoge el canal de denuncias como herramienta de buen gobierno que permite identificar casos de fraude que están sucediendo en las organizaciones, protegiendo de posibles represalias a los denunciantes de casos de fraude. Creemos que esta iniciativa es muy positiva y que favorece la transparencia y el buen gobierno dentro de las organizaciones empresariales. Con iniciativas de este tipo se favorece la detección precoz de casos de fraude, protegiendo los activos de las empresas, así como la imagen pública de las mismas.
Una organización que considere a sus empleados como el activo principal para luchar contra el fraude encontrará dos beneficios potenciales: en primer lugar, al fomentarse una cultura empresarial en la que los empleados no se sientan motivados para cometer delitos (ni a confabularse para cometerlos), se reduce el riesgo de fraude; y en segundo lugar, al animar a todos los empleados a asumir la responsabilidad de reducir el fraude se obtienen mayores niveles de prevención y detección.
La formación es fundamental para que los empleados tengan mayor eficacia en la prevención del fraude. Si se diseña y se lleva a cabo de forma adecuada, la formación puede contribuir a fomentar una cultura empresarial antifraude en todos los ámbitos de la organización, en la que la pauta se marque desde arriba y que sirva de guía sobre lo que se puede y no se puede hacer.
En segundo lugar, las entidades financieras deben comprender y valorar los riesgos de fraude a los que se enfrentan- sólo así podrán confiar en gestionarlos. Son muchas las entidades financieras que tienden a centrarse en las pérdidas reales ocasionadas por estos delitos, lo cual puede conducir a la idea errónea de que las pérdidas históricas por fraude son un buen método para predecir los riesgos futuros de fraude. En realidad, este método no tiene en cuenta la naturaleza dinámica de los delitos financieros.
Las entidades financieras deben tener presentes las amenazas que representan los delincuentes financieros. Los riesgos de fraude a los que se enfrenta una entidad financiera pueden ser diversos: algunos pueden proceder de terceros (por ejemplo, robo de identidades); otros pueden proceder de clientes (por ejemplo, casos de fraudes relacionados con préstamos), otros pueden proceder del personal (por ejemplo, el uso indebido de información confidencial), y otros pueden ser genéricos del sector financiero o específicos de los productos y mercados de la entidad. El proceso de comprender a qué riesgos se enfrenta una organización puede dividirse en dos fases: mirar hacia atrás para analizar los fraudes sufridos y mirar hacia delante para analizar riesgos futuros.
En tercer lugar, resulta imprescindible, una vez identificados los riesgos de fraude a los que se enfrenta la entidad, utilizar herramientas informáticas que permitan identificar dentro de miles o millones de transacciones, patrones de comportamiento que son inusuales o/y que corresponden a actividades potencialmente fraudulentas.
Estas transacciones deberán ser analizadas cuidadosamente por la entidad financiera, para poder detectar, en su caso lo antes posible, las situaciones de fraude, evitando mayores daños y protegiendo la reputación corporativa, en las que se basa la confianza de clientes y stakeholders.
Pensemos que la globalización ha hecho que las entidades financieras se vean obligadas a gestionar volúmenes de clientes y de transacciones cada vez mayores. La necesidad de aumentar los beneficios y de retener a los clientes en un mercado competitivo ha hecho que las organizaciones implanten procesos directos en su actividad (procesos que realmente no requieren la intervención de los empleados de los bancos y que permiten liquidar operaciones con gran rapidez), lo cual puede aumentar el riesgo de abuso por parte de los delincuentes.
Nuestra experiencia en numerosos proyectos de estas características nos ha enseñado que cada vez más las entidades financieras están utilizando de forma permanente herramientas informáticas para detectar fraude y de esta manera preservar la imagen corporativa y proteger los activos de la institución financiera y de sus clientes.
Mientras existan motivaciones para cometer fraude entre el personal y las partes externas a la empresa, las entidades financieras no podrán erradicar completamente el impacto de éste en sus empresas. No obstante, hay mucho por hacer para reducir las posibilidades de que se cometan fraudes creando un entorno antifraude y abordando de forma activa dichos riesgos.