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Tribuna
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Perú: segunda oportunidad de Haya de la Torre

El triunfo de Alan García en las elecciones presidenciales de Perú representa una segunda oportunidad para redimirse del polémico y desastroso mandato anterior en los ochenta y la derrota apenas hace cinco años ante Alejandro Toledo. También puede consolidar la presencia de uno de los más antiguos partidos políticos de América Latina y de un movimiento que ha resistido las oleadas de cambios drásticos en el continente. Con Alan García también regresa al poder el APRA, y con él Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), su fundador y figura más influyente y prestigiosa de la política peruana en el siglo XX.

El triunfo del APRA es también una oportunidad dorada para que la socialdemocracia latinoamericana se consolide en los países donde tuvo y tiene una impronta, y de allí se amplíe para llenar un vacío cubierto tradicionalmente por la izquierda dura y utópica, los populismos de diverso cuño y las respuestas de los regímenes de fuerza. Todo esto sucedía bajo la mirada impotente de la incipiente Democracia Cristiana, que apenas hoy gobierna en coalición en Chile, precisamente con la socialdemocracia de Michelle Bachelet, aliada natural de García.

Paradójicamente, el doble mandato de García se le escamoteó al fundador por la fuerza de los militares o por no llegar ya a tiempo al renacimiento de la democracia. Se tuvo que contentar con presidir la Asamblea Constituyente de 1978, donde pronunció uno de los discursos más densos y sentidos de la historia política peruana, cerrado con una promesa de ayudar a redactar una 'Constitución que asegure -para hoy, para mañana y para siempre- el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo'. Es un significativo final de homenaje indirecto a la democracia liberal emanada de Estados Unidos, objetivo temprano de su lucha antiimperialista, luego extendida a todos los imperialismos.

Haya siempre recordaba que el APRA fue el primer movimiento político que efectuó lo que el Partido Socialista Alemán hizo en los cincuenta: renunciar al marxismo como guión de actuación. Lo que desde Bad Godesberg, un suburbio de Bonn, Willy Brandt emitió como modelo de la socialdemocracia europea, Haya de la Torre lo decidió tempranamente en los años veinte, luego de fundar en México (no en Perú) lo que se llamó Alianza Popular Revolucionaria Americana (en siglas, APRA, cuya 'P' erróneamente ha sido confundida nacionalmente con Perú).

Haya siempre tuvo una visión continental y se concentró en el desarrollo de un movimiento que agrupara a sectores obreros, clase media y sobre todo intelectuales, una combinación que la convertía en enemiga de los experimentos autoritarios y clasistas.

Pero los partidos apristas solamente tuvieron éxito político en algunos rincones de Centroamérica (la Costa Rica de José Figueres) y Venezuela (cuando fue gobernada por la alternancia entre Acción Democrática de Rómulo Betancourt y el Copei de Rafael Caldera), y esporádicamente en Ecuador, Uruguay y Brasil. Fueron los años en que Washington apostó por la llamada izquierda democrática como alternativa a los experimentos drásticos que invadirían el panorama político de los setenta y ochenta.

Depende ahora no sólo de la inteligencia de Alan García y de los mecanismos preparados desde la inconfundible sede del APRA en la avenida Alfonso Ugarte en Lima. Depende también de la buena visión que tengan los mandatarios que mediante una apuesta ideológica estratégica y certera se acerquen a los ideales que siempre presidieron la ideología aprista. Depende, sobre todo, de la apuesta que puedan hacer en Washington, tanto si siguen los republicanos en el poder como si regresan los demócratas, más afines a la socialdemocracia. Depende, por fin, de los medios que pongan al alcance de Alan García los partidos socialdemócratas europeos y la Internacional Socialista en bloque.

Esta segunda oportunidad, que bien puede llamarse genuinamente una segunda vía, al modo de la puesta en práctica por el laborismo de Tony Blair en Reino Unido (antes de la polémica alianza estratégica con George Bush), puede ser la alternativa más eficaz para neutralizar y lealmente enfrentarse a la ola de neopopulismo que preside el continente americano. Precisamente el nuevo fenómeno ha sido posible por la debilidad de las respuestas como la agenda tradicional del APRA.

Pero además de necesitar el apoyo exterior, Alan García habrá de encarar las perennes asignaturas pendientes peruanas y latinoamericanas, entre las que destacan dos que corroen todos los intentos de reforma. La primera es el aislamiento de cada uno de los países, sobre todo en la zona andina, cuya Comunidad Andina parece dinamitada por el abandono de Venezuela y su fuga al Mercosur.

Impelidos, como alternativa de su falta de integración subregional, hacia los tratados de libre comercio con Estados Unidos, deben encarar unos niveles de pobreza de proporciones apocalípticas, aderezados por una desigualdad que provoca toda clase de tentaciones, desde la criminalidad tradicional al narcotráfico. García no lo tendrá fácil. De ahí que el apoyo exterior sea crucial.

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