Cambio de papeles
Estados Unidos va a cambiar de secretario del Tesoro en seis u ocho semanas. A su vez, el puesto de secretario del Tesoro va a cambiar de papel para dejar de ser un mero 'vendedor' de las políticas económicas que se hacen en la Casa Blanca y tener un papel activo en la formulación de éstas.
Eso es lo que se ha filtrado que ha negociado, Henry Paulson, quien se ha resistido durante meses pero finalmente ha aceptado ser el candidato a este puesto y sustituir a John Snow.
Paulson, primer ejecutivo de Goldman Sachs, no quería irse de la firma de Wall Street. En la reciente junta de accionistas negó que se fuera a Washington a pesar de los rumores. A su resistencia a un trabajo de 'mensajero', que puede resultar poco atractivo a un hombre con su historial, hay que sumarle el hecho de que la Administración está con la popularidad por los suelos.
No obstante, al dársele la oportunidad de participar de forma destacada en la política económica, Paulson aceptó. Un predecesor suyo en Goldman, Robert Rubin, gozó de una importante autonomía y reconocimiento en ese puesto cuando le nombró Clinton. Paulson no podía ser menos.
Eso es bueno también para la Casa Blanca.
La figura del secretario del Tesoro como mero defensor de la política de Bush, un papel que ha jugado Snow y al que antes se resistió sin éxito Paul O'Neill, ha servido para aprobar unos recortes fiscales temporales pero para pocas cosas más de amplio calado. Los grandes planes que Bush tenía en las agendas de la primera y segunda legislatura, reforma de las pensiones y del Código Tributario, han sido aparcadas.
Ahora la Casa Blanca necesita ganar credibilidad, y nadie mejor que un gestor con un currículum más que solvente (y que de paso apruebe los recortes fiscales). Paul Krugman decía que la Casa Blanca necesitaba a Paulson más de lo que éste necesita el puesto y por eso ha podido arrancar poder para una cartera que antaño acarreaba mucho peso.
El hecho de que Paulson sea un hombre de Wall Street, a diferencia de los empresarios Snow y O'Neill, tampoco pasa inadvertido.
La credibilidad ganada en el mundo de la inversión es necesaria para calmar a unos mercados muy volátiles y que, entre otras cosas, están muy pendientes del nuevo presidente de una Reserva Federal, Ben Bernanke, quien tiene la difícil tarea de presentar sus credenciales en un momento en el que crecen las tensiones inflacionistas y se prevé una desaceleración del fuerte crecimiento del país.
También es necesaria para gestionar momentos difíciles. Y es que, tras años de bonanza, crece la incertidumbre. Por varias razones.
No se sabe cómo va reaccionar el endeudado consumidor mientras se contrae el mercado de la vivienda, suben los tipos de interés y el mercado del petróleo sigue tenso. Además, hace mes y medio el G-7, y el FMI, decidieron atacar en serio los desequilibrios mundiales. En septiembre, en la cumbre de Singapur, se sabrá más sobre cómo se quiere hacer, pero, de momento, cabe recordar que uno de los problemas más importantes son los déficits de EE UU y enmendarlos puede ser doloroso, lo que requiere de un Tesoro con carisma. Más pragmático que ideológico.
Hay que ver ahora si Paulson, de verdad, tiene la autonomía prometida.