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Columna
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Fin de trayecto

A la espera de las resoluciones que registren los grupos parlamentarios para ser sometidas a la Cámara la próxima semana, el debate de política general en torno al estado de la nación concluyó anteayer en un ambiente de final de trayecto para los dos primeros tenores, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el presidente del PP, Mariano Rajoy.

A partir de este ecuador de la legislatura nada será igual. En las filas populares algunos han pensado que al líder se le ha terminado la cuerda y cunde la impresión de que habría empezado la cuenta atrás para su relevo cuando todavía hay casi dos años hasta las elecciones generales, mínimo plazo necesario para acreditar como candidato verosímil a quien resulte encumbrado. Pero si el cainismo prosperara en la sede nacional del PP de la calle Génova se dejarían sentir de modo inmediato algunos efectos desestabilizadores sobre los antagonistas del PSOE y en particular sobre el presidente Zapatero.

Del ambiente derrotista de la bancada de oposición fue buena prueba en la tarde del martes la palpable renuncia del Grupo Popular a librar la batalla de los pasillos, que sigue por norma general a las intervenciones del líder de la oposición, igual que sucede cuando quien ha intervenido es el presidente del Gobierno. Pero convendría señalar que el final del primer turno de palabra de Mariano Rajoy, con el que se reabrió la sesión del pleno del Congreso de los Diputados a las cuatro de la tarde del martes, había sido acogido con una ovación de gala, interminable, que había obligado a su recipiendario a levantarse de su escaño hasta tres veces para corresponder a las adhesiones suscitadas.

Rajoy había golpeado con esgrima contundente y lenguaje cuidado de modo especial sobre dos cuestiones, como la inmigración y la delincuencia, que tienen muy aguda percepción pública. Pero los hooligans al momento lamentaron que se atuviera a lo pactado y que sin hacer para nada concesión alguna evitara la confrontación en la cuestión del final dialogado del terrorismo etarra. Otra omisión de Mariano Rajoy, por la que también enseguida le pasarán la cuenta, fue la del 11-M, la Kangoo, la mochila, Zouhier, el juez del Olmo, la trama asturiana de la dinamita, los suicidas de Leganés y todo el belén adicional de Jota Pedro. Más aún, en vísperas de esa manifestación de las víctimas de Alcaraz que se anuncia con el lema de '¡Queremos saber!' para sumarse al cuestionamiento de cuanto ha sido esclarecido por la policía y la Audiencia Nacional y favorecer el clima de sospecha y de deslegitimación de los resultados electorales de 2004 que le dieron la victoria a Zapatero.

Los asuntos elegidos por Rajoy terminaban en punta y conectaban con preocupaciones reales ampliamente compartidas, pero la decisión de evocarlos debería haber calculado la respuesta elemental del Gobierno a un interlocutor que tuvo la responsabilidad del Ministerio del Interior en la que fue relevado por Ángel Acebes, a la sazón secretario general del PP.

El presidente Zapatero sí traía pensada la jugada y se limitó, en el mejor estilo aznarista, a contrastar la ejecutoria de sus dos años en el poder con el abandono de estas cuestiones durante los Gobiernos de sus predecesores populares, que por ejemplo sólo repatriaron aquellos 40 pasajeros reducidos a la calma con dosis apropiadas de haloperidol bajo instrucciones de Jaime Mayor Oreja. Luego Zapatero se calzó los guantes de la estadística y pudo presentarse como la encarnación de la eficacia frente a la desidia heredada sin dotaciones presupuestarias ni convocatorias de plazas para Guardia Civil y Policía, cuyos efectivos disminuían sin cesar cuando adorábamos a José María Aznar.

El momento más desfavorable vino como resultado de la bronca con el presidente del Congreso, Manuel Marín, en reclamación de prórroga para una discusión que llevaba ya mucho tiempo en el tedio de la reiteración circular de los argumentos. Rajoy incurrió en la destemplanza y esa imagen le ha perjudicado. Pero la erupción del volcán Federico en la COPE en absoluto guarda proporción. Mariano prueba de su propia medicina en dosis de caballo. Veremos si resiste.

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