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CincoSentidos

Lo último de Berlín

Lo del fútbol es una excusa, por supuesto. Pero ha acelerado el proceso, y es lo que más se ve. El viejo estadio olímpico donde se celebraron las olimpiadas de 1936 ha sido remodelado, y dotadas las gradas de una cubierta que le dan un aire vanguardista. El entorno -inmensos espacios concebidos por Hitler para sus desfiles megalómanos- también se ha transformado. Los hinchas deportivos se van a tropezar en seis puntos clave de la ciudad con sendas esculturas gigantes: son seis hitos del Paseo de las Ideas, seis inventos alemanes que cambiaron nuestra forma de vivir, como la aspirina, la imprenta o la teoría de la relatividad.

El cambio continuo parece ser la sustancia de esta ciudad. Se ve claramente en la Isla de los Museos, que lleva años en obras para convertirse en el mayor complejo museístico del mundo. Desde hace pocos meses, el busto de Nefertiti y toda la colección egipcia (doble, todo estaba por duplicado antes de la reunificación) han quedado instalados en el Altes Museum, junto a las colecciones grecorromanas, frente a la catedral protestante. Pero ya se anuncia que en el 2009 Nefertiti y su corte serán definitivamente (?) alojadas en el Neues Museum (en obras), y que la parte más aparatosa (puertas monumentales) pasará al vecino Pergamon Museum, con el que estará conectado por un túnel. La idea es, en realidad, que todos los museos de la isla estén finalmente conectados por galerías subterráneas.

Museo faraónico

En el Pergamon Museum siguen las reformas, faraónicas. En el Museo de Historia, en cambio, ya han terminado, y ahora es un edificio estrella: los curiosos van a ver, más que nada, el propio edificio, intervenido por el arquitecto chino Pei (el de la pirámide del Louvre), quien ha dotado al museo imperial de una espectacular escalera de cristal con acceso directo desde la calle. El vecino Bode Museum también ha terminado sus reformas. Otra obra colosal es la que se lleva a cabo en el Palacio de la República, un mamotreto de la era Honnecken que afeaba la perspectiva de la isla y la avenida Unter den Linden; después de un debate nacional se ha llegado a la transacción salomónica de no destruirlo, pero sí desmantelarlo y llevárselo lejos.

Ese eje de Unter den Linden es el que está sufriendo (o disfrutando) una metamorfosis más aparatosa. Manzanas enteras se están recomponiendo, como el llamado Carré de la âpera, donde se rehabilitan cuatro palacios, uno de ellos para hotel de lujo. Los establecimientos de lujo son una fiebre: Berlín tiene ahora mismo más de veinte de cinco estrellas. La Pariser Platz, donde está la Puerta de Brandenburgo, sigue su particular carrera; el Hotel Adlon ha quedado acorralado por la nueva Academia de Bellas Artes (un edificio de cristal en el mismo solar de la antigua Academia, destruida) y un banco espectacular diseñado por Frank Ghery, su mejor obra, según sus propias palabras.

Lo último ya terminado, lo más apabullante, es el barrio parlamentario, en torno al Reichstag, a un lado y otro del río Spree. La Biblioteca y edificios parlamentarios crean un paisaje dilatado de cristal, agua y reflejos que se antoja irreal, como la plástica metafísica de De Chirico. Frente a ellos, la Nueva Cancillería, blanca, prologada por surtidores y una escultura de Chillida, parece algo más carnal. Un puente de Calatrava abrocha el río junto a la Nueva Estación, la Lehrter Hauptbahnhof, que quedará inaugurada a tiempo para el mundial. Será el mayor centro de comunicaciones terrestres, no ya para Alemania, sino para toda Europa central y oriental. En Berlín, se piensa a lo grande.

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