Ninguno hay descontento
Como es sabido, los antiguos romanos (o sus abuelos griegos, tanto da), que no eran tontos, veneraban a un conjunto de dioses, cada uno de los cuales representaba una idea o concepto. Junto al poder del padre Júpiter/Zeus, en el encontramos en el Olimpo a Minerva/Palas Atenea, diosa de la sabiduría; a Vesta, diosa del hogar que atesora todas las virtudes domésticas; a Mercurio, dios del comercio y, entre otros varios, a Febo/Apolo, dioses de las artes, las letras y la música; a Vulcano, dios de la industria, y a Ceres, diosa de la agricultura, que recorrió con Baco gran parte del mundo enseñando a los hombres el cultivo de la tierra. Es decir, cada dios o diosa lo era de alguna concreta actividad y tenía sus particulares atributos y dones.
Cuento esto para ponerle pórtico y enmarcar algunas reflexiones sobre la recurrente idea de que la empresa moderna y actual debe estar llena de gente con talento, cuanto más mejor. ¿De que talento?, pregunto. No se sabe. Se habla sólo de talento porque está claro, dicen con razón los modernos augures/consultores, que las empresas, y sus dirigentes, deben promover organizaciones talentosas porque 'en talento y en caudales, lo que tienes justo vales', como recuerda la sentencia popular.
Vayamos por partes. El talentum no sólo era una moneda de cuenta de griegos y romanos. Talento significa, en primer lugar, inteligencia y aptitud, y puede definirse (así lo hace la RAE) como la capacidad, que puede cultivarse y hacerse crecer, para el desempeño o ejercicio de una ocupación. En consecuencia, lo que se nos viene a decir es que no tenemos talento para todo, salvo raras excepciones. Los hombres y las mujeres que habitamos este hermoso mundo de las empresas y de los negocios, como cualquier ser humano, y como diría Perogrullo, tenemos talento sólo para lo que tenemos talento. Aunque a veces lo creamos, en este sentido no somos diferentes a nadie.
En general, la gente sabe hacer cosas concretas, unas mejor que otras; toda persona tiene algunos dones y aptitudes para determinados oficios o tareas. Tener ganas es otra cosa, aunque es posible que, al cabo del tiempo, quizá la voluntad tenga más peso que el talento para determinar los éxitos o los fracasos de una carrera profesional o empresarial. Lo que esta claro es que nadie (ya vemos que los antiguos dioses tampoco) puede desempeñarse con excelencia en mil tareas diferentes o triunfar en múltiples y distintas ocupaciones, artes o trabajos. No hay talento para todo y, aunque sería hermoso, tampoco podemos acudir a una virtual boutique del talento y pedir kilo y medio (o cuarto y mitad porque la mercancía debe ser cara) del precioso y preciado talento, así, sin más.
Incluso las firmas de cazatalentos (¡que expresión más fea!) se ocupan generalmente de encontrar personas para puestos concretos y determinados. Trabajan, previa petición, a la carta. No se afanan en buscar para sus empresas-clientes a un señor o señora con talento, sin más; quieren personas con capacidad para desempeñar tareas especificas: ventas, finanzas, marketing, comunicación, recursos humanos. Hoy, cuando avanzamos hacia una clase, cada vez más numerosa, de trabajadores del conocimiento, es decir de especialistas en saberes concretos, hablar de talento sin apellidos, en abstracto, me parecen ganas de confundir al personal. Al final, si seguimos por ese camino, todo el mundo va a creer, equivocadamente, que tiene inteligencia y aptitud para ser director general o mandamás de algo, y eso si que no.
Por ejemplo, Iker Casillas es un futbolista con talento, con mucho talento para ser guardameta de fama y valía mundiales. En el ejercicio de esa tarea de ser portero internacional se agota, y se hace pleno a la vez, su inmenso talento. Esta claro que el renombrado Iker nunca llegara a ser Ronaldinho. No tiene talento para emular lo que hace en el campo el extraordinario brasileño, ni este para compararse en su parcela al español. Para que no haya dudas, ni malas interpretaciones, esto lo dice un bético.
En las empresas, en primer lugar, deberíamos ser capaces de institucionalizar procesos de aprendizaje colectivo. Es la forma de ser más competitivos y, a la postre, más productivos. Además, tendría que ser obligatorio para los jefes y directivos (so pena de perdida de tal condición y de su retribución variable) descubrir el talento y las capacidades de cada quien -es decir, lo que cada uno sabe hacer mejor- para que todos los empleados puedan desarrollarse como personas y como profesionales en el lugar adecuado. Eso si que es una gestión seria de las personas Al fin y al cabo, los que mandan, los directivos, no son más que generalistas que dirigen a especialistas, a trabajadores del conocimiento, repito. Pero, me estoy oliendo que el problema es de otra índole. Somos humanos y, por tanto, estamos llenos de contradicciones y nos engatusan las apariencias. Todo el mundo nos creemos más de lo que somos, y el refranero es, una vez más, rotundo y certero: 'De su talento ninguno hay descontento'. Será verdad