Bomarzo, el jardín encantado
Conocido popularmente como 'parque de los monstruos' o 'bosque sagrado', Bomarzo es la rara creación de un duque renacentista que se adelantó a su época y asombra a la nuestra
Pocos conocían aquel jardín secreto, perdido junto a un pueblo medieval de la Etruria, cerca de la carretera (ahora autopista) que une Roma con Florencia. Hasta que un cúmulo de circunstancias lo rescataron del olvido. En 1958, el escritor argentino Manuel Mujica Láinez lo visitó acompañado del pintor Miguel Ocampo y del poeta Guillermo Whitelow. Impresionado, publicó en 1962 una de las mejores novelas del siglo XX, Bomarzo. Su compatriota, el músico Alberto Ginastera, compuso sobre el texto una cantata (1964) que luego transformó en ópera, estrenada en Washington en 1967. Por esos mismos años, también Dalí se hizo fotografiar en la boca de un Orco (ogro) surrealista del jardín, despertando el interés mundial. Actualmente, más de 30.000 curiosos acuden cada año a visitarlo.
La clave de toda esta historia es un personaje singular: el duque Pierfrancesco Orsini (1512-1585), hombre delicado (Mujica le atribuye rasgos homoeróticos), aficionado a la alquimia, deforme, a quien su horóscopo predecía una vida mortal eterna. Perteneciente a una de las familias más poderosas de su tiempo, plagada de títulos, papas y cardenales, casó con una Farnese (otra familia prepotente). Asistió a la coronación de Carlos V en Bolonia y visitó palacios y jardines de Alemania y Francia. También conoció la guerra y sus horrores (estuvo dos años cautivo). En 1552 regresa a Bomarzo y se pone a restaurar el castillo familiar.
æpermil;ste se alza en un promontorio, sofocado por las casas de un villorrio de origen etrusco (Polimartium, en honor a Marte). Como no tiene espacio para crear un jardín al uso en torno al castillo, hace disponer un parque de quince hectáreas en la llanura, donde fluyen arroyos entre grandes rocas volcánicas. Aprovecha precisamente esas moles para tallarlas en forma de monstruos y figuras fantásticas que surgen entre la espesa vegetación de manera aleatoria. Su jardín no se parece en nada a los parques renacentistas, ordenados y serenos; el bosco sacro responde a su situación anímica (perplejo, hastiado de guerras e intrigas, apartado y solo tras la muerte de su esposa) y hay que entenderlo como un topos iniciático, una especie de descenso a un purgatorio dantesco, un paseo surrealista entre contornos y perspectivas que buscan sobre todo el pasmo.
'Es un jardín interior, más que nada. Un jardín para ver y también para oír'
Raíz helenista
No hay armonía renaciente, sino un patetismo de raíz helenista (infiltrado en los huesos etruscos, que trufan los entornos de Bomarzo), el cual preludia la furia de lo barroco. Gigantes y enanos, sátiros, gorgonas, arpías, ogros y bichos fabulosos surgen allí donde la roca se prestaba a sus perfiles. Un Elefante en la batalla, una gigantesca Tortuga, un Dragón chinesco luchando contra lebreles, una Máscara demoníaca, un Ogro y otras criaturas se retuercen junto a una Casa inclinada (que parece un decorado del cine expresionista alemán) o un delicado Templete dórico consagrado a su mujer, Giulia Farnese.
Es un jardín interior, más que nada. Un jardín para ver -con esos contrastes y claroscuros tan gratos al barroco- y también para oír: el agua omnipresente y su murmullo dulcifican la pesadilla. Versos y aforismos enigmáticos, esculpidos junto a las estatuas, contribuyen a crear un clima de reflexión. La brutalidad de la piedra y de la naturaleza frente a la fragilidad del pensamiento y de la historia. Las raíces y plantas cuasi salvajes se adhieren a las estatuas, como en los templos de Angkor, como buscando la simbiosis de arte y naturaleza. El duque Orsini era más que un humanista, era un creador que se adelantaba a su siglo y rozaba el romanticismo del XIX, cuando la Naturaleza llega a ser tan importante como el hombre. A Bomarzo lo hubiera debido descubrir un Goya, no un Dalí.