Las armas y las prensas
El oficio de las armas, igual que el de la información, seguramente compite con el de las prostitutas en cuanto a su antigüedad. Su articulación estuvo durante siglos unida a un sentido de dominio, de poder por lo menos desde el Neolítico, de aristocracia hasta el final del Antiguo Régimen y de ciudadano en armas a partir de la Revolución. Sin olvidar a Max Weber y su definición del Estado moderno en términos de monopolio de la fuerza física legítima dentro de un determinado territorio. Ahora algunos andan propugnando, como si fuera un avance definitivo, la disolución de los ejércitos sin comprender que la consecuencia en absoluto sería el fin de los conflictos armados sino la sustitución de los combatientes que se sienten atados al 'honor del guerrero', por decirlo en expresión de Michael Ignatieff, por los desprincipiados señores de la guerra.
Hace cuatro siglos, ahora mismo conmemorados, don Miguel de Cervantes, en el discurso de las armas y las letras del capítulo 38 de la primera parte del Quijote, se lanzaba a una esgrima dialéctica a propósito de cuál de ambos oficios pudiera alegar superioridad y acababa inclinándose por el primero, con el orgullo de un viejo soldado de poca fortuna herido en la mayor ocasión que vieron los siglos, como denominaba a la batalla de Lepanto donde había luchado bravamente. Rafael Sánchez Ferlosio nos tiene explicado en su ensayo sobre El Ejército Nacional cómo la introducción del servicio militar obligatorio venía a suponer la adquisición de la plena capacitación para el uso de las armas y con ella el acceso a la ciudadanía de primera clase.
También a este oficio del periodismo pueden rastreársele antecedentes arqueológicos porque los poderes y los contrapoderes siempre han necesitado pregonarse y porque las gentes del común siempre han estado necesitadas de información, tanto respecto del poder en sus distintas acepciones como respecto de sus angustias más perentorias o de sus pretensiones más superfluas, integradas en el ornato y el lujo del que conocemos huellas increíbles desde la más remota antigüedad. Cuestión distinta es que las necesidades informativas y de prestigio propagandístico hayan revestido de manera sucesiva formas muy diversas, siempre acompasadas al momento tecnológico de cada época.
Si desaparecen los periodistas, ¿sobrevendrá otro 'vale todo' como el que ha significado la aparición de los 'señores de la guerra'?
De manera que podríamos seguir el camino de la progresiva caracterización y especialización del oficio del periodismo desde Herodoto o Tito Livio, cuyas narraciones aparecían muy desplazadas temporalmente sobre los acontecimientos reseñados. Luego el progreso fue acercándonos al conocimiento de los hechos en tiempo real a través de los cronistas que hacían de periodistas de cabecera y de las versiones expandidas por los agentes del mester de clerecía o del mester de juglaría, en funciones de prensa de calidad o prensa amarilla inclinada a los sucesos.
Por ahí llegaríamos a los pliegos de cordel y a la aparición de la imprenta de Gutenberg y mucho después a la prensa de masas. Llega Maxwell y se generaliza el uso de la transmisión de información a través de las ondas electromagnéticas y así aparecen la radio y la televisión. Pero en el último tramo internet tiene los mismos efectos de la Revolución y lo mismo que el militar pasa a ser el ciudadano en uniforme, ahora el periodista pasa a ser el ciudadano conectado a la red dotado de la doble condición de receptor y emisor de información.
La cuestión es si la desaparición de los periodistas es un progreso como el que imaginaban los pacifistas ingenuos que derivaría de la extinción de los ejércitos o si lo que sobrevendrá ahora que todos somos periodistas será otro vale todo como el que ha significado la aparición sobre el terreno de los señores de la guerra, para quienes nada significa 'el honor del guerrero', ligado a convenciones y uniformes que por encima de la victoria buscaban la gloria sólo accesible con el respeto a normas y usos muy estrictos. Continuará.