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Tribuna
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¡Cómo está el patio!

Cuando le pregunté a mi amigo Antonio, qué es un jefe de obra tela marinera, me dijo que líder es el que conduce a los demás y destaca por algo en su (¡qué hermosa palabra!) tarea. No es mala definición; es más, yo diría que es buena en estos tiempos que corren. Tan certera como la que nos brinda el diccionario de la RAE: '(Del inglés, leader, guía). Persona a la que un grupo sigue reconociéndola como jefe u orientadora'.

Como he tenido oportunidad de escribir en alguna ocasión, el líder -también la empresa líder- es el/la que marca el camino y hace que los demás le sigan. Pero no siempre coinciden líder y mandamás, que es otra cosa, aunque algunas veces se confundan, como también ocurre con el mérito y el éxito, cuya semejanza muchas veces nos engaña.

Por alguna extraña razón, que no alcanzo a comprender, parece que hoy nos hemos empeñado en dos cosas: que todo el mundo tiene que ser líder y que hay mucho talento. Pero esto del talento es un cuento del que hablaremos otro día. Hoy no toca, como diría otro amigo mío.

El mensaje, parcialmente equivocado a mi juicio, es que el líder se hace y, según esa tesis, como podemos fabricarlo, hay que ponerse a la tarea y encontrar los mimbres porque hay muchos. Y eso no es del todo cierto. El líder, creo yo, nace y, con formación, se puede hacer si en la persona hay cualidades, no habilidades, y materia prima. Los líderes ni nacen, ni crecen a porrillo como los hongos tras la lluvia de otoño, aunque nos han hecho creer a pies juntillas que sí, y que lo importante, lo realmente trascendente, es tener líderes, muchos líderes, cuantos más mejor. Cuando toda la empresa está integrada sólo por esos líderes y por unos cuantos jefes, ya me diréis quién va a trabajar…

La cuestión es que, como el hombre es el único animal que tropieza dos veces (y hasta mil más) en la misma piedra, aparecen investigadores (?) que, erre que erre, han identificado, dicen, algunos comportamientos de liderazgo; no diez, ni veinte, ni tres, como parecería razonable: ¡180, señoras y señores! Además de casi dos centenares de comportamientos de liderazgo, que a mí -puestos a decir tonterías- me parece un número escaso, resulta que 'sólo 16 separan a los grandes líderes del resto, de los cuales sólo son necesarios entre tres y cinco para que esos líderes sean un 120% más eficaces, rentables y beneficiosos para sus empresas'. Eso es lo que dice la publicidad que me remiten.

A partir de ese razonamiento, y con esos antecedentes, me invitan a una conferencia coloquio donde presentan un modelo, textualmente, 'para ayudar a los buenos líderes a convertirse en Líderes Extraordinarios y contribuir con ello de forma significativa al crecimiento de sus organizaciones'. Tal cual.

No fui a la conferencia coloquio, claro. No estaba, ni estoy, mentalmente preparado para sufrir la decepción de conocer que, a lo mejor, no atesoro ni diez de los 180 comportamientos de liderazgo posibles y que, por consiguiente, no sólo no soy un buen líder, sino que, para más inri, jamás podré convertirme en un Líder Extraordinario… Mi familia no me lo perdonaría nunca y tampoco el conserje de mi casa, ahora que soy presidente de la comunidad de propietarios; así que preferí no sufrir el escarnio de verme relegado al papel de un fracasado aprendiz de nada.

En fin, después de mucho pensar, de darle muchas vueltas al asunto, me he dado cuenta de que si esto de los comportamientos de liderazgo hace fortuna y se concreta, en las empresas e instituciones vamos a tener al final una larga y singular retahíla: jefecillos (que siempre se creen lo que no son y gritan mucho y a destiempo), empleados, supervisores, jefes, directivos, buenos líderes y Líderes Extraordinarios. Un absoluto disparate, claro, sobre todo pensando en que, hoy, las organizaciones tienen necesariamente que achatarse y ser más eficientes, con unidades más pequeñas, sin tantos jefes y, sobre todo, sin tantos líderes, con estructuras más eficientes y adecuadas, pero no con menos empleados.

Y esto es lo que hay, y así está el patio. El problema es que habrá que dar carta de naturaleza a la persona que, con visión global y de futuro, gestiona desde la humildad, el compromiso, los valores y el ejemplo; es coherente, da la talla en los momentos precisos comme il faut, marca el camino y, por supuesto, trabaja y se entrega más que los demás. Ya está: lo llamaremos líder a secas, como siempre. Afortunadamente, y digo bien, no hay tantos.

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