Alucinados con Francia
Es Occidente, pero está lejos. En general, lo que ocurre en Europa, tiene muy poco peso informativo aquí. Las televisiones emiten pocas noticias de la UE y este mínimo peso es solo significativo en los abiertos estados costeros. Para el centro, el Atlántico tiene un extensión que, emocionalmente, bien podría medirse en años luz.
Pero estos días se mira a Francia, un país con el que hay una relación amor/odio que debiera ser más explorada por la psiquiatría. Los estadounidenses ven las calles de París, y tras la broma, esto es lo que hacen bien los franceses: huelgas, se quedan perplejos.
Analistas y editorialistas de los diarios más y menos liberales creen que la reforma laboral de Dominique de Villepin, ni siquiera va lo suficientemente lejos. Aunque, sienten cierta simpatía por los menores de 26 años, los afectados por la ley, creen que éste es solo un primer paso para arreglar el mercado laboral de un país al que le sobran rigideces laborales y desempleados.
Un analista lamentaba que en 1968 los jóvenes salieran a la calle para cambiar las cosas y ahora para mantener el estatus quo, algo imposible en la economía global.
En EE UU creen que en ese apartado han hecho mejor los deberes, ya que tienen un mercado laboral muy flexible, con un fácil despido y en el que es cada vez más raro ofrecer a los trabajadores prestaciones laborales como sanidad y pensiones y que tradicionalmente han ido por cuenta de las empresas que sustituían al ausente estado de bienestar. Pocos han protestado el deterioro o fin de los generosos seguros médicos y menos aún han llorado la defunción de las pensiones. No es difícil encontrar empleo pero la calidad de éste ha caído.
Los últimos reductos de rigidez, en empresas que crecieron tras la guerra como las de la industria pesada, aerolíneas y automoción (todavía con sindicatos), están cayendo. Las empresas dicen que no se los pueden permitir y aprovechan las suspensiones de pagos para acabar con generosos convenios colectivos.
La tasa de paro es del 4,8% pero la línea divisoria generacional que temen los franceses con la reforma, existe en cierta medida en EE UU, donde la clase media lo tiene cada vez más difícil y hay grandes desigualdades. Es una imposición de la globalización que, con excepciones, pocos han querido o sabido protestar como al otro lado del océano.