Carl Icahn elige campos de golf, chatarra y casinos para invertir
Una noche de principios de febrero, en el Theater of the Stars de Las Vegas, el público se reía a carcajadas cuando el cómico Big John bromeaba con el inversor multimillonario Carl Icahn. 'El señor Icahn lo está comprando todo, ¿verdad?'', decía el artista, cuyo verdadero nombre es Bruce Mickelson. '¿No quiere adoptarme? No me vendría mal un papá como usted''. Icahn, sentado en una mesa vip del teatro, sonrió, recuerda Richard Brown, responsable de American Casino & Entertainment Properties, la compañía de Icahn dueña del casino que alberga el teatro. Icahn estaba, esa noche, en medio de la mayor operación de su carrera... la compra de Time Warner, el principal grupo de comunicación del mundo.
El veterano tiburón de empresas de los ochenta volvía a los titulares de la prensa, ahora como activista de los accionistas, según se autodenomina. Dos semanas después, el 17 de febrero, Icahn abandonaba su plan por Time Warner a cambio de unas pequeñas modificaciones en la empresa. El inversor no perdió ni un segundo. Una semana después se había embarcado en otra aventura: lanzó una opa hostil sobre el gigante del tabaco coreano KT&G, que valoraba la compañía asiática en 10.000 millones de dólares. 'Me gusta la actividad', dice Icahn, que cumplió 70 años la noche antes del acuerdo con Time Warner. 'Creo que estoy haciendo algo saludable'.
Icahn se ganó la fama como uno de los artistas de las opas hostiles sobre algunas de las corporaciones más grandes y respetadas de EE UU en los ochenta, una época conocida como la década de la avaricia. Acosó a algunos de los gigantes del momento como Phillips Petroleum, Texaco y Trans World Airlines. En 2004, fundó un fondo de cobertura de riesgo que hoy cuenta con activos valorados en 3.000 millones de dólares y genera una rentabilidad anual de más del 15%.
El inversor rechaza su imagen de tiburón y se autodenomina activista de los accionistas, ya que presiona para que suban las acciones
Icahn dice que la imagen de tiburón de empresas no le hace justicia. Además de presionar a los directivos para que suban el precio de sus acciones, dice el inversor, ha dirigido muchas empresas que compró cuando estaban en bancarrota. 'Si puedo conseguir el control, me quedo con la inversión. He estado en el sector de los casinos desde 1997, el petróleo y el gas desde 1991, y en los vagones ferroviarios desde la década de los ochenta'.
El imperio de Icahn generó el año pasado ingresos de 4.500 millones de dólares y empleó a más de 22.000 personas. Su presencia abarca desde Massachusetts, donde es propietario de un campo de golf en la costa, pasando por el corredor de alta tecnología en Virginia del Norte, donde tiene una participación en una compañía de telecomunicaciones, al Noreste del país, donde posee inversiones en una compañía de chatarra y un fabricante de envoltorios de salchichas.
Los accionistas no siempre salen ganando cuando Icahn invierte. El año pasado los inversores de dos operaciones distintas le demandaron, alegando que había negociado en interés propio, una acusación que él rechaza. Icahn también ha protagonizado sonados fracasos, como su intento de reestructurar TWA, que compró en 1985. La compañía se declaró en bancarrota en 1992. 'Mi error fue no salirme antes'', dice Icahn.