Las expectativas irracionales
Las expresiones inexistentes campean con cada vez mayor impunidad en las facultades y escuelas universitarias. La capacidad de introducir anglicismos innecesarios varía en función de la disciplina y, en el caso de la Economía, alcanza las cotas máximas en las ramas vinculadas al mundo financiero.
Sin embargo, hay otras coletillas de perfecto castellano que se usan con tanta o más profusión pero que están, aparentemente, vacías de contenido. La expresión expectativas racionales, por ejemplo, abarca una teoría económica, pero en realidad debería abarcar toda esta ciencia. Cómo han de ser, si no, las expectativas. O, si fuesen irracionales, ¿qué sentido tendría evaluar un comportamiento azaroso y, por definición, imprevisible?
Las más de las veces el incumplimiento de expectativas que está detrás de los ciclos económicos y bursátiles obedece a carencias de información. Lo que, de entrada, da que pensar sobre los miles de modelos económicos basados en el supuesto de que todo el mundo lo sabe todo. Pero otras veces, simplemente, las expectativas no son racionales. O lo son una por una pero terminan generando movimientos aparentemente irracionales, entendiendo éstos como desproporcionados sobre una base lógica.
El viejo dicho de las cigüeñas señala que, si calase en el mercado la convicción de que la llegada de estas aves hace subir la Bolsa, la Bolsa efectivamente subiría. Un hecho irracional desde cualquier punto de vista lógico, pero que obedecería a la suma de expectativas perfectamente racionales. Los inversores comprarían acciones de renta variable porque con la llegada de las cigüeñas prevén, con razón, que van a subir de precio. Y lo hacen debido a la suma de muchos inversores comprando con buen criterio.
Lo mismo que con las cigüeñas ocurre con los chicharros. Los economistas se pueden romper el cráneo, pero no encontrarán la fórmula mágica que explique cómo se genera esta expectativa o este tipo de profecía autocumplida. Pero ocurre.