_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La guerra de los sexos

La aprobación del anteproyecto de Ley de Igualdad ha reabierto un necesario debate en nuestra sociedad. Aunque algunas de sus propuestas, como por ejemplo la de la inversión de la carga de la prueba, van contra las propias mujeres, la ley también contempla elementos muy positivos. Ahora bien, la pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿la paridad debe imponerse por ley o por convicción de la sociedad?

El mundo del poder y del dinero está regido por normas masculinas. Los hombres siempre juegan en casa y la mujer de equipo visitante. La mujer ha tenido que conquistar su actual posición en la sociedad. Dicen que en tiempos remotos las sociedades fueron matriarcados. No lo sé, pero desde luego, desde que existe memoria histórica el hombre ha ejercido el poder tanto en las esferas públicas como privadas. El patriarcado se expresaba hasta en la forma de denominar a la nación sentimental. Patria, en lugar de matria.

El papel de la mujer en la sociedad occidental fue secundario hasta que a finales del XIX y el principio del XX se dan los primeros pasos del moderno feminismo. Fueron las sufragistas, unas valientes mujeres que se echaron a la calle para reivindicar el derecho al voto, hasta entonces limitado al varón. Lo consiguieron a lo largo del primer tercio del siglo XX. Durante la segunda mitad del siglo XX la lucha feminista se focalizó en la liberación sexual, en la conquista de derechos civiles (no podían disponer de sus bienes, por ejemplo, sin autorización del marido) y en la incorporación al mercado de trabajo. La lucha fue contra las leyes discriminatorias -que eran muchas- y los convenios colectivos que consagraban el injusto principio de desigualdad salarial para hombres y mujeres a pesar de desarrollar el mismo trabajo.

Hay propuestas en la Ley de Igualdad, como la inversión de la carga de la prueba, que van contra las propias mujeres

Poco a poco, los principios de igualdad se fueron extendiendo, y hoy resulta prácticamente imposible encontrar ni una sola ley o convenio que contenga algún principio discriminatorio. Conseguido todo esto, los movimientos feministas parecieron enfriarse.

¿Y los hombres? ¿Qué papel hemos jugado en esta centenaria lucha de la mujer por su dignidad? Pues bien poco. En general, como las reivindicaciones femeninas parecían lógicas y justas, hemos ido aceptando de razonable buen grado su avance. Durante todo este tiempo la lucha de la mujer no ha sido percibida por el hombre como una lucha contra él, sino contra instancias etéreas como el Estado, la Iglesia, las leyes o los convenios colectivos. Para el hombre siempre fue fácil ponerse al lado de la pancarta con la mujer. Al fin y al cabo, los malos siempre eran instancias ajenas a su propio ser.

Pero desde hace un par de décadas para acá, el campo de juego ha cambiado. La mujer, con plenos derechos jurídicos, ya no tiene que enfrentarse contra las leyes, sino con la realidad del día a día. Y para los hombres, una cosa es predicar y otra dar trigo. Lo de la igualdad está muy bien mientras el malo era el Estado. Pero cuando ahora comprueba que su mujer le pide que compartan las tareas del hogar, que se sacrifique él por la carrera profesional de ella o que quede oculto tras su brillo profesional, las cosas cambian.

El hombre, aunque no lo diga, se siente agredido. Y pongo estos ejemplos de la vida íntima y familiar, y no de la empresarial o laboral porque en el espacio del trabajo las cosas han ido mucho más rápidas. Los hombres aceptan con total normalidad a las compañeras o jefas. El problema se produce en el seno de los hogares y termina afectando intensamente a eso que hemos llamado conciliación de vida familiar y laboral. También en el patrimonio familiar sigue existiendo discriminación. Aquello de 'los niños al negocio, y las niñas al casorio' no está tan lejos en nuestra memoria colectiva.

Las mujeres ya no renunciarán a sus conquistas, y plantean un futuro donde compartir con el varón. Los hombres, sin embargo, tenemos que acostumbrarnos al nuevo rol que tendremos en la familia. Del páter familia pasaremos al compañero familiar, sin que ninguno de los dos cónyuges se someta al otro. La guerra de los sexos está servida. ¡Que llegue pronto la paz!

Archivado En

_
_