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Tribuna
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A propósito...

El riesgo de titular así un artículo, que suena bien, es tener que explicar a qué me estaba refiriendo antes, o sobre qué estábamos reflexionando, o qué cosas se debaten en este proceloso y singular mundo del management, de los negocios y de la empresa. Al final, estamos hablando siempre de personas y tengo la impresión, mejor la certeza, de que la historia de los llamados humanos, desde hace siglos, casi siempre se repite.

Cuando tenemos que analizarnos, hombres y mujeres, lo hacemos desde los prejuicios propios de cualquier ser humano, desde una visión sesgada e indulgente de nuestra actuación que siempre tiende a favorecernos. Y, además, no hay que extrañarse: eso es lo propio de la condición humana. A la hora de juzgarnos y compararnos con otros, inevitablemente siempre combinamos lo mejor de nosotros mismos con lo peor de los demás. Está claro que los humanos nos entendemos mal y, en general, no nos comprendemos.

Todas estas reflexiones nacen de la lectura del último informe sobre educación 2005 elaborado por la OCDE. El panorama, a propósito (ahora sí) de España, es descorazonador; es decir, nos desanima y nos llena de desesperanza. Y, digo yo, que algo tendremos que hacer, porque el futuro nunca está escrito, depende exclusivamente de nosotros.

Un país como España, con su historia, su tradición y su cultura secular, y con un nivel de desarrollo económico como el que disfrutamos, integrante del llamado primer mundo, no puede estar en los últimos lugares de la lista. Por poner sólo dos ejemplos: uno, somos los cuartos por la cola en tasa de alumnos con título de bachillerato o de FP de grado medio; tenemos el 67% y sólo nos superan (¡!) Eslovaquia, Turquía y México. Dos, nuestro fracaso escolar es notorio: uno de cada cuatro jóvenes no finaliza la educación secundaria obligatoria, llamada ESO; claro que, si se me permite la ironía, con ese nombre no me extraña nada.

Llegados a este punto, parece claro que todos (poderes públicos y partidos políticos, sobre todo, pero también las familias, la sociedad civil, las instituciones, los agentes sociales) deberíamos ponernos a la tarea. Es verdad que los títulos no son garantía de nada, pero no es menos cierto que sólo desde la cultura y el conocimiento, desde la educación con mayúsculas, nos hacemos más justos, más libres, más humanos, más sabios, más demócratas y mejores profesionales.

La educación es lo menos material que existe, pero es lo más importante para los pueblos y las personas: es su fortaleza espiritual. Y no podemos permitir que la educación se convierta en un privilegio, dice Ernesto Sábato. A la luz de los datos de la OCDE parece que lo estamos consiguiendo. Si las cosas continúan como refleja el informe, seremos un país culturalmente desfavorecido sin tardar demasiado. Y, cuando lo seamos, seguiremos hablando y ocupándonos de tonterías. Estamos olvidando / ignorando lo esencial y, miopes, nos extrañamos todavía de que España sea un país donde se estancan y descienden los índices de competitividad.

La base de la competitividad siempre está en las personas. Siempre. Y las empresas, para conseguir la eficiencia en términos económicos, tienen que estar convencidas de que es así y, además, ser capaces de institucionalizar procesos permanentes de aprendizaje colectivo, pero no podemos olvidar (y ésa es una 'responsabilidad social' de todos, sin excepción) que los colegios y escuelas deben ser -tienen que serlo- las atarazanas, los talleres donde eduquemos a las personas; chicos primero y, más tarde, hombres y mujeres sobre cuyos hombros recaerá la responsabilidad de hacer muchas cosas: trabajar en múltiples tareas y oficios, dirigir empresas e instituciones, administrar justicia, ser líderes de opinión, escribir, ser referencia ética y cultural de un país y, en definitiva, contribuir a hacer un mundo mejor.

En el prefacio de El espíritu de las leyes, publicado en 1748, Montesquieu, tan actual hoy como adelantado entonces, escribió que 'sería el más feliz de los mortales si pudiera hacer que los hombres se curaran de sus prejuicios. Y llamo prejuicios, no a lo que hace que se ignoren ciertas cosas, sino a lo que hace ignorarse a sí mismo'.

Dejémonos de prejuicios, de ignorar la realidad y de rollos macabeos: El secreto -también el de la competitividad- está siempre en el esfuerzo y en los libros… de texto.

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