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Columna
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La maquinaria de Génova

Decía Carlos Luis Álvarez en aquellos años últimos de Felipe González que todo sucedía como si el Partido Socialista hubiera puesto en marcha una maquinaria infernal para perder las elecciones. Algo que, como se vio tras el escrutinio de las urnas de los comicios de marzo de 1996 que registraron apenas 300.000 votos de desventaja, no era nada fácil. De la misma manera, ahora observamos con qué decisión inquebrantable, con qué pulso firme, con qué admirable determinación, la directiva del Partido Popular, encabezada por la tripleta Rajoy, Acebes, Zaplana, ha decidido emplear todos los recursos para perder las próximas generales de 2008 pero, esta vez, entregándole sin regateos a José Luis Rodríguez Zapatero la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados.

La empresa es en verdad ardua pero los de Génova, con la colaboración impagable de José María Aznar y sus mariachis de la Fundación FAES, andan cantando cada mañana eso de 'Cueste lo que cueste/ se ha de conseguir/ que la España grande/ vuelva a resurgir'. Zapatero gobierna en minoría, necesita apoyos discutibles, tiene que soportar el vía crucis de Esquerra Republicana de Catalunya, con Carod de charla para el pacto etarra en Perpiñán, fotografiado por Maragall en Jerusalén bien coronado de espinas; se vale de un Gabinete de desiguales habilidades; está bloqueado en su proyecto de reforma constitucional; promete imposibles más o menos globales y estatutarios, y hace agua en distintos frentes. Ha cometido errores considerables pero de todos le va salvando la irracionalidad en la que se ha instalado el Partido Popular, cuyos efectos inmediatos son los de acelerar y abaratar las alianzas parlamentarias que necesita para sus proyectos.

El Partido Popular parece prisionero de su primera experiencia de asalto al poder en el periodo 1993-1996, cuando Aznar decretó el todo vale contra González. Un todo del que ni siquiera se excluía la grave cuestión del terrorismo etarra, como el propio candidato Aznar manifestó en su despacho del Ministerio del Interior a su titular José Luis Corcuera con ocasión de una visita formal. Luego vinieron los encuentros con los hermanos Amedo y las conspiraciones reveladas a toro pasado en las declaraciones arrepentidas de Luis María Anson a Santiago Belloch. Se puso en riesgo al Estado, se transitó por las alcantarillas, se sumó a los pretraidores encabezados por Perote, se entró a saco en el Centro de Inteligencia, se reclutaron los servicios de Mario Conde, se recuperó la causa de los GAL extinguidos en 1985, se culpó al Gobierno de los atentados etarras cuando el de la plaza del Callao y el asesinato de Francisco Tomás y Valiente y por ahí adelante.

Pero si los integrantes de esta falsa cúpula de Génova hubieran leído el poema Nostalgia del destierro a José Ángel Valente habrían aprendido a tiempo los versos donde se asegura aquello de que 'Lo peor es creer/ que se tiene razón/ por haberla tenido/ y esperar que la historia/ devane los relojes/ y nos devuelva intactos/ al tiempo en que quisiéramos/ que todo comenzase'. Cuánta desmesura nos estaría ahorrando ahora esa lectura poética pendiente.

Mientras que si, por el contrario, tuviéramos la fortuna de que una ráfaga de lucidez irrumpiera iluminadora en los maitines de esa bodega cerrada que congrega cada semana a la directiva del PP, si decidieran clausurar el disparate y abandonar las escarpaduras del monte para volver a la civilización, si dejaran de encadenarse con los micrófonos de los obispos, si escucharan a Josep Piqué, si dejaran cualquier connivencia con los trogloditas donde quiera que aniden y sin atender al uniforme utilizado, entonces se abriría un espacio para la reflexión y para la discrepancia y Zapatero se vería desasistido de muchas de las adhesiones sobrevenidas por la mera visión del disparate alternativo.

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