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Columna
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La abolición de la siesta

Llega el ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, decidido a dar ejemplo en materia tan moderna como la de la conciliación de la vida profesional y familiar, y promueve un decreto ley, recién entrado en vigor, mediante el cual los ministerios sólo podrán estar abiertos hasta las seis de la tarde. Se trata de reducir el tiempo de dos horas y media del que disponían los funcionarios para el almuerzo.

Porque hasta ahora, según cuentan algunas informaciones de prensa, la jornada del funcionario empezaba a las 9 y se interrumpía, después de cinco horas, a las 14 para el almuerzo. Después se reanudaba a las 16.30 durante otras tres horas hasta las 19.30 en que terminaba.

Ahora parece que los 500.000 funcionarios de la Administración central del Estado podrán reducir el tiempo dedicado al almuerzo para dejarlo en 30 minutos de forma que ello les permitirá también abandonar su puesto de trabajo dos horas antes, es decir a las 18.00 horas.

Estas moderneces plantean dudas entre los buenos conocedores de los hábitos funcionariales sobre la conveniencia de incentivar entre los empleados públicos el abandono temprano de la jornada laboral. También sobre las consecuencias que ese cierre adelantado a las seis de la tarde pueda tener en los ministerios. Sobre todo cuando la cúpula de los departamentos puede estar sobre esa misma hora de cierre así decretada a punto de regresar de esos consuetudinarios almuerzos de trabajo, de los que por cierto nada dice la nueva norma entrada en vigor. Porque como le decía lastimero a nuestro Manolito Vidal uno de esos ejecutivos que han de compartir manteles con los ministros y subsecretarios para impulsar la buena marcha de sus negocios, '¡Cuántas mariscadas hay que comer por ahí fuera para llevar un plato de sopa caliente a casa!'.

Reparemos en que tanto el eco inmediato que el decreto ley ha logrado en la prensa extranjera como el ángulo coincidente que han elegido para presentarlo sus corresponsales, revelan una habilidad del servicio de prensa del citado ministerio, merecedora de reconocimiento. Alguien en ese servicio o tal vez un experto contratado para la ocasión ha tenido el talento de enganchar las poco punzantes novedades horarias de nuestros funcionarios a una palabra como siesta, con poder de percusión suficiente para alcanzar honores de titular en la primera página del Financial Times o en la cuarta página del Internacional Herald Tribune. Hazaña tanto más difícil en estos días de balance anual, que agudizan la crónica escasez del papel impreso. Decía el FT que 'Spaniards wake up to the end of the siesta' y el IHT que 'Spain puts flex in its siesta'.

Se comprueba así, con su presencia tal cual en los titulares de prensa, que el vocablo siesta es una de esas aportaciones originales, junto a guerrilla, guerrillero o liberal, que el castellano ha hecho a los más variados idiomas, en cuyos diccionarios figura con la misma ortografía, sin traducción alguna.

La siesta forma parte de los estereotipos más difundidos sobre los españoles del Sur, que son los que han terminado por constituirse en la referencia dominante para quienes nos observan desde fuera. La mención de la siesta era pues una apuesta segura por el éxito mediático, como ha podido comprobarse de nuevo en esta ocasión.

Pero cualquiera que haya sido la ayuda prestada por el vocablo siesta para convertir en noticia publicada los intentos de modernización de los horarios de la función pública española, con independencia del regocijo que su mención haya podido causar entre quienes admiran o denigran nuestros hábitos de trabajo o de descanso, subrayemos que el recurso a ese término en esta ocasión está desenfocado. Ningún funcionario dormía ya la siesta en ese intervalo disponible a mediodía, menos aún si tenían que ir y volver a su domicilio para el almuerzo.

Además referirse a la siesta como a una lacra de nuestro subdesarrollo es ignorar los resultados de las investigaciones que recomiendan esa práctica como muy conveniente y saludable para los ejecutivos de mayor compromiso. En algún momento un periodista valeroso deberá romper el tópico para dar cuenta de que los españoles abandonaron la modorra y ahora viven en el insomnio. Continuará.

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