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Columna
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Queridos Reyes Magos...

Una vez más, como empezase a hacer en mi ya lejana niñez, me vuelvo a dirigir a vuestras majestades con la esperanza de ser atendido en algunos de mis variados deseos e ilusiones. Cierto que sé que sabéis que tal ánimo de dirigirme a vuestras realezas no me ha acompañado siempre y, sin ir más lejos, el último año. Pero que si entonces no me decidí a escribiros no fue porque dudase de vuestros afanes, sino porque me hice cargo de las múltiples peticiones que tendríais que atender y que en su inmensa mayoría serían más perentorias que las que ansia un ciudadano del Primer Mundo.

Bien conocéis, además, que antes de ponerme a la tarea cometí el error de ojear algunas de las cartas que había publicado en estas páginas desde mediados de los ochenta. Y pude constatar, con el desánimo comprensible, que muchos de los problemas para los que requería vuestra real ayuda, seguían ahí.

Es más, pensé, como ahora, que si por ejemplo os mandaba la carta del 1998 en 2005, en la que os pedía que hicieseis algo en lo del hambre, o en lo del efecto invernadero, por no traer a colación los dramas silenciados de África, sólo vuestras sagacidades os hubieseis percatado de la copia.

Y hoy, por desgracia, hubiese podido hacer lo mismo con sólo mentar, para actualizarla, lo decoroso que quedan las acciones del matrimonio Gates o las declaraciones de Bono, el cantante, claro, pues las del ministro ni vuestras sapiencias podrían glosarlas. Pero que resultan tan insuficientes como los nuevos acuerdos postKioto o tan frustrantes como los resultados de la última reunión de la OMC.

Comprenderéis, por tanto, que si os vuelvo a escribir no es porque haya recuperado una fe que nunca perdí. Ni porque para ello me estimule un clima ilusionante, al que contribuyesen la clarividencia, la cordura, el buen hacer y el menos mentir de algunos líderes mundiales y de otros patrios que no dudan en retorcer argumentos para ver si así pudiesen volver. Ni tampoco las actitudes de unas sociedades sumidas en la cultura de la satisfacción y que viven alegres y confiadas como si ninguna de las asechanzas planetarias, los déficit comerciales, las fragilidades económicas, la precariedad de los empleos, o la falta de perspectiva más allá de los resultados del próximo trimestre o de la encuesta inmediata, les fuesen a afectar. Pues creen que a ellos, perdón a nosotros, nunca nos va a faltar el gas, nuestros pantanos no se agostarán, ni los problemas de los ancianos nos afectarán.

Como tampoco nos tiene que preocupar el conocer las causas por las que las gentes emigran y tratan de arribar a nuestras costas. Esos, nos decimos, no son problemas que incidan en el Ibex, ni tengan que ser tenidos en cuenta a la hora de votar, o a la hora de ultimar una negociación colectiva. Pues más nos vale, nos justificamos, dedicarnos a lo nuestro y dejar que los demás apechuguen con sus cuitas.

Todo lo cual hace que aunque siga creyendo en vuestras majestades y en vuestro tesón, me asalten las dudas de si sus excelencias podrían hacer algo por unas gentes que no queremos ni siquiera hacer algo por nosotros mismos y nuestro futuro, tanto personal como colectivo.

Es por ello por lo que me he atrevido a pergeñar esta misiva para pediros solamente ilusiones renovadas para seguir intentando ser mejores, más competitivos y solidarios con nosotros y con la Naturaleza. Y también tareas para todos y a ser posible cada vez más complejas, de forma que cada mañana tengamos que dejar de lado la rutina y obligarnos a ingeniárnoslas por resolverlas. Pues solo así se fraguan las empleabilidades imprescindibles, ya se sea directivo o mandado, y se constata que todos tenemos más que decir en las sociedades del conocimiento. En las que sigue contando lo que se sabía desde siempre, y es que los honores sólo con grandes peligros y trabajos se adquieren.

Finalmente y en lo personal, aunque sólo sea para elevar mi autoestima y afrontar mejor cualquier desafío, por fútil que sea, no estaría de más algún presente. Y a ser posible un reloj de cuerda, semejante al primero que me dejasteis hace medio siglo, para que mis tiempos no se atropellen ni me impidan gozar todos los días de poder colaborar con vosotros en hacer más felices a los que me rodean y a todos aquellos que desconozco y que sé que ni siquiera tienen para pediros venturas y esperanzas.

Mientras llegan, quedo a vuestros reales pies y en la postración que me indique vuestro séquito. Como no podía ser menos dada mi vulgar y plumífera condición. Que, aun siendo modesta, espera lo mejor.

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