El honor perdido
Además de por el PIB y otros índices numéricos como la renta per cápita, las sociedades quedan muy bien caracterizadas según el lugar donde residencian el prestigio. Por eso, cuando sólo existe un circuito puramente monetarizado para el prestigio, el resultado es paradójicamente empobrecedor. Las sociedades bien articuladas mantienen, como los buenos circos, varias pistas en actividad. Por supuesto, la del éxito económico, pero también otras donde se computan los méritos empresariales, cívicos, culturales, científicos, artísticos, musicales y de ayuda a los desfavorecidos por citar algunos ejemplos.
También hay otras sociedades más inertes donde los méritos alcanzables son un valor añadido casi irrelevante porque la referencia básica viene dada en razón del nacimiento, del origen inmutable de cada cual, y su medida es directamente proporcional al número de generaciones precedentes de la propia familia que han vivido sin los sudores de esa condena bíblica del trabajo. La preferencia por la legitimidad de origen sobre la legitimidad de ejercicio arrastra consecuencias decisivas plasmadas sobre la geografía hispana, que ahora no vamos a detallar.
En otros tiempos, las contiendas decisivas se jugaban en el campo intangible del honor calderoniano, acuñado en expresiones inolvidables como aquella de 'al Rey, la hacienda y la vida se ha de dar,/ pero el honor es patrimonio del alma/ y el alma sólo es de Dios'. Aunque esos intangibles del honor venían en ocasiones a corporeizarse con extraña precisión entre las piernas de las mujeres por las que los varones habían de responder. El honor decía relación a la hidalguía y al hidalgo se contraponía el villano. 'Bien se ve Sancho que eres villano de los que gritan ¡viva quien vence!', dice Don Quijote a su escudero.
La sorpresa fue que ese especialista en broncas que es Zaplana nada tuvo que decir sobre el pacto de Terra Mítica
Ahora el honor, o la honra que es la versión algo menos nobiliaria de lo mismo, queda muy vinculado al cumplimiento de los deberes que corresponden en el ámbito público, sobre todo cuando se accede a responsabilidades por elección popular o por dedicación a la función pública. Los militares, por ejemplo, que no pueden ser sometidos por ningún poder con mayor potencia de fuego, quedan sometidos a las instituciones de gobierno por la palabra empeñada de su juramento que sólo con deshonor pueden quebrar.
Todo este meandro discursivo viene a cuento de algunos momentos de alta temperatura dialéctica registrados en el Parlament de Cataluña y en el Congreso de los Diputados que involucran respectivamente a Artur Mas, presidente de Convergència i Unió (CiU), cuando lo del tres por ciento, y el pasado miércoles a Eduardo Zaplana a propósito de Terra Mítica.
El primer momento se registró en Barcelona en la sesión dedicada al desastre del túnel del Carmel. El president de la Generalitat, Pasqual Maragall, saturado de agresiones, se alzó allí para decir a la oposición de CiU aquello de 'ustedes tienen un problema y el problema se llama tres por ciento'.
Los recipiendarios de ese jeroglífico, es decir Artur Más y los suyos, se abstuvieron de solicitar aclaración alguna. Entendieron inmediatamente que se les acusaba de lucrarse con comisiones ilegales obtenidas en la contratación de la obra pública durante su largo gobierno y, al rehusar cualquier rectificación, dieron por verificado el cohecho. Sólo advirtieron que iniciarían una represalia para imposibilitar el acuerdo sobre el Estatut entonces en tramitación. El resultado fue que del tres por ciento nunca más se supo y que Estatut habemus.
El segundo momento sucedió en el pleno del Congreso del miércoles pasado. Preguntaba el portavoz del Grupo Popular, Eduardo Zaplana, sobre los pactos secretos de los socialistas con sus socios parlamentarios de Esquerra Republicana de Catalunya y se regodeaba citando las palabras de José Luis Carod Rovira, según las cuales los del Gobierno estaban acojonados. Entonces la respuesta de la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, fue que Zaplana debería explicar ese pacto que tantos millones de euros nos va a costar a los ciudadanos, que es el pacto de Terra Mítica. La sorpresa fue que ese especialista en broncas que es Zaplana nada tuvo que decir ni en el hemiciclo ni en los pasillos.
O sea, que estamos ante dos casos interesantes, tanto en Barcelona como en Madrid, en los que ha prevalecido el refrán de 'dame pan y llámame gorrión' y que de Calderón de la Barca, ni rastro.