La gestión de la zona euro chirría peligrosamente
El engranaje de coordinación política y económica de los 12 países que comparten la divisa europea chirría peligrosamente. La tensión entre el BCE y el Eurogrupo delata la ausencia de una orientación común en la unión monetaria.
La unión monetaria europea cumple siete años el próximo 1 de enero con crecientes síntomas de agotamiento en su modelo de reparto de competencias. La centralización de la política monetaria en Fráncfort con el mantenimiento de políticas fiscales nacionales se presentó en su día como la mayor peculiaridad de un experimento de unión monetaria con pocos precedentes históricos. Pero la creciente fricción entre los gestores de ambas políticas, el Banco Central Europeo y el Eurogrupo (ministros de Economía), pone de manifiesto que la estructura rechina de manera alarmante.
La trayectoria errática seguida por el euro hasta ahora, a remolque incontrolado del dólar, está inclinando la balanza hacia la percepción de que esa división de poderes es más un riesgo que un activo. Y crece la sospecha de que los tipos de interés unificados se están aplicando a 12 economías que giran a revoluciones muy dispares.
El BCE se muestra cada vez más impaciente ante una integración que no llega. Su vicepresidente, Lucas Papademos, lo reconocía en público poco antes del verano. 'No puede descartarse que las decisiones de política monetaria se estén canalizando a veces hacia los países de una manera no uniforme, como consecuencia de que el sistema financiero de la zona Euro no esté plenamente integrado'.
El disgusto de Fráncfort ha ido en aumento con la flexibilización del Pacto de Estabilidad y Crecimiento acordada por los presidentes de Gobierno de la UE el pasado mes de marzo. Y más aún con lo que interpreta como una excesiva complacencia del Eurogrupo y la Comisión Europea con los derrapes fiscales de varios Estados miembros y con las tensiones inflacionistas.
El presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, decidió la semana pasada pasar a la ofensiva. Fráncfort ha acorralado contra los mercados a los países con menos disciplina fiscal. Para ello, el francés recordó que el BCE puede rechazar la utilización como aval de los bonos del Estado de la zona Euro que no obtengan al menos una calificación de A con alguna de las tres principales agencias de rating (Standard & Poor's, Moody's y Fitch). Una advertencia que pone en serio peligro la credibilidad de la deuda pública de los países con mayor deterioro fiscal (Grecia, Italia y Portugal) y que les obligará a pagar más caro su endeudamiento.
'El Pacto se está aplicando de manera rigurosa', defiende el equipo del comisario de Asuntos Económicos, Joaquín Almunia. Y recuerdan que, después de la reforma, se ha expedientado a Italia y Portugal y se está a punto de reiniciar el procedimiento contra Alemania.
Pero el BCE parece cada vez más incómodo con el marco actual de gestión política de la zona Euro. La institución sigue siendo la única autoridad federal que respalda a la moneda europea. Y la ausencia de un contrapeso fuerte amenaza la legitimidad política y democrática de sus decisiones.
La Comisión perdió en 2003 (cuando se congeló la aplicación del Pacto) el pulso para convertirse en ese referente político del BCE. Y el Eurogrupo ni siquiera cuanta con la capacidad jurídica para erigirse en verdadero gestor de la UME.
'Debemos reforzar la coordinación de nuestras políticas económicas y desarrollar el diálogo entre el Eurogrupo y el BCE', pide el gobierno francés. La propuesta parece condenada a salir adelante. Pero nadie sabe cuándo.