Tras los pasos de Neruda
Tres casas se compró el poeta en su Chile natal. La primera, en Santiago, luego otra en Isla Negra y otra finalmente en Valparaíso. Las tres conforman la ruta chilena del escritor trotamundos, tan desbordante en palabras como en caminos. La de Santiago está en Bellavista, barrio residencial de los años 20 que mantiene cierto aire bohemio y artesano. En 1955, Neruda y su tercera y última esposa, Matilde Urrutia (La Chascona) eligieron una vivienda en pendiente, que parece una proa, 'por la música de los canales y una vertiente' que la arropan. La casa alberga la Fundación Pablo Neruda, con cuadros de amigos del poeta, como Siqueiros o Diego Rivera. Hace poco se reformó el entorno y se construyó un pequeño graderío en la calle, para leer poesía o escuchar música.
Valparaíso atrajo a Neruda como antes había atrapado a muchos otros artistas y escritores. La ciudad había sido fundada por Juan de Saavedra, quien fondeó su nave Santiaguillo en aquella ensenada abrigada por un parapeto de cerros, en 1536. La cinta litoral entre el mar y los montes era muy angosta, así que la población creció robándole terreno al Pacífico y echándose literalmente al monte. La casi totalidad de sus cerca de 300.000 habitantes ocupan los cuarenta y cinco cerros del anfiteatro natural.
Decía Neruda que recorrer Valparaíso era como dar la vuelta al mundo. Lo decía porque Valparaíso es una ciudad cosmopolita (la menos 'española', tal vez, de Chile). Ello se debe a que durante mucho tiempo fue puerto de primer orden para los barcos que tenían que contornear el cono sur americano por los peligrosos canales magallánicos. Hasta 300 buques llegaban a anclar en sus muelles. Los comerciantes ingleses, franceses o alemanes se hicieron construir exóticas villas encaramadas a los escarpes, que hay que sortear mediante funiculares. En 1906, un terremoto redujo en buena parte el patrimonio arquitectónico.
Decía el premio nobel que recorrerla era como dar la vuelta al mundo
Pero el golpe de gracia fue la apertura, en 1914, del Canal de Panamá, que evitaba a los navíos el largo rodeo austral. La Perla del Pacífico languideció, aunque nunca perdió su carácter abierto, cosmopolita y un poco bohemio. Neruda y Matilde encargaron al español Sebastián Collado que les hiciera una casa en volandas, suspendida sobre los barrancos y mirando al mar; la llamaron, en su honor, la Sebastiana, la acabaron con materiales de acarreo y la inauguraron con vino y empanada el 18 de septiembre de 1961, en las Fiestas Patrias. La casa fue abierta al público en 1992 después de una restauración que incluyó la conversión en jardines de la quebrada.
Desde Valparaíso y la vecina Viña del Mar (destino de la élite burguesa, célebre por un Festival de la Canción) corre hacia el sur el llamado Litoral de los Poetas; un centenar de kilómetros con pequeños pueblos de vacaciones que se han confabulado en una propuesta gastronómica de inspiración nerudiana. A cuatro kilómetros de El Quisco se encuentra Isla Negra (que no es tal ínsula), con el torreón que Neruda y su esposa bautizaron como a su casa de Santiago. La Chascona de Isla Negra es ahora el museo más visitado de América del Sur. Allí pasó Neruda sus últimos días, allí está enterrado frente al oleaje hostil que, sin embargo le regaló (entre otras cosas) su escritorio, un madero bruñido por la deriva. Hay muchos objetos personales del Nobel, mascarones de proa que coleccionaba (María Celeste, La Medusa); pero está sobre todo la palabra, que desde el ingreso envuelve al visitante y lo golpea mansamente, como hacía la lluvia sobre el cinc con que Neruda hizo cubrir la covacha, su rincón de las palabras.