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Tribuna
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¿Efímera cumbre o comunidad iberoamericana?

Se ha abierto una nueva fase, probablemente la definitiva, para el éxito o fracaso del proyecto iberoamericano que se puso en marcha en 1991 con la celebración de la primera cumbre en Guadalajara, México. Entonces la expresión que se sondeó y que ha desaparecido del mapa fue la de Comunidad Iberoamericana de Naciones. Aunque fue el Gobierno mexicano de entonces el que capturó la iniciativa lanzada por España, fue el Gobierno español de Felipe González el que tiró del carro en los siguientes años.

El contexto en el que la empresa se enmarcaba era, por parte de España, la inserción de la democracia española en diversas aventuras de integración regional, planes de paz y pacificación, y diversas organizaciones internacionales. Las dos joyas de la corona (la manida expresión está justificada, debido al prestigio que Juan Carlos I ha cosechado en sus 30 años de reinado) eran la instalación permanente de España en la Comunidad Europea en 1986 y la vocación iberoamericana a la que cualquier Gobierno (y régimen) en Madrid nunca puede renunciar.

El impulso español recibió un espaldarazo que debía ser definitivo en 1992 con el tríptico formado por la conmemoración del Quinto Centenario, los Juegos Olímpicos celebrados en Barcelona y la declaración de Madrid como Capital de la Cultura Europea. Pero se fue desvaneciendo en la segunda parte de la última década del pasado siglo. Apenas ha sobrevivido en este primer lustro del nuevo milenio. Ha llegado la hora de la verdad con la celebración de la nueva cumbre en Salamanca, hoy y mañana, y la constitución de una mínima institucionalización mediante la fundación de una Secretaría Permanente con sede, precisamente, en Madrid.

Este último episodio ha comenzado inmejorablemente con buen pie, pues el cargo ha sido aceptado por Enrique Iglesias. Tras 17 años de experiencia al frente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el veterano funcionario uruguayo (nacido en Asturias, detalle que le priva de ser presidente de su país) deberá encarrilar un proyecto que ha adolecido de un diseño bienintencionado pero errónea y lamentablemente ejecutado en los últimos años. Lo que es peor, ha sido manipulado por intereses personales y nacionales.

Solamente la oscilación del nombre original hasta quedarse en mera cumbre es un detalle emblemático de la evolución de la idea.

Lo que debió ser siempre una versión propia y especial de la Commonwealth Británica y la Francofonía, con protagonismo múltiple y verdaderamente trasatlántico, centrado en los valores históricos y culturales plenamente compartidos, se vio luego secuestrado por vanidades personales, interpretaciones erráticas y selección de una agenda vaga e inútil.

La cumbritis sustituyó a la sustancia. Los retos y desplantes trocaron la negociación y el consenso en enfrentamientos. El uso y abuso desde el exterior para agendas particulares desvirtuaron el destino común. No es de extrañar que gran parte del negativo balance se deba a las actuaciones mediáticas (nada más) de dos mandatarios, uno español y otro cubano, que aprovecharon la desvirtuada naturaleza del concepto de cumbre para canalizar la atención del cónclave a usos nacionales y partidarios.

Tan culpable fue el ex presidente español José María Aznar, bajo cuyo mandato (1996-2004) el concepto iberoamericano y, en general, las relaciones hispanoamericanas se desvirtuaron, como Fidel Castro. El presidente vitalicio cubano, de convertirse en incómoda prima donna del show anual, resolvió ausentarse en los últimos años al no conseguir sus propósitos y no poder consentir las manifestaciones en su contra.

Este proyecto no es el marco adecuado ni para lanzar retos que no van a parte alguna ('Si mueves ficha...') ni para extraer declaraciones inútiles (como acusar a Estados Unidos de terrorismo internacional). Hay que retornar a la legítima integración cultural, y encarar metas razonables e impostergables, como la erradicación de la pobreza y la exclusión social.

Esto sucede en el contexto de la Alianza de Civilizaciones promovida por el Gobierno español, entusiásticamente aceptado por la ONU. Hoy la Comunidad Iberoamericana (crisol de pueblos milenarios, de orígenes dispares y frecuentemente antagónicos) tiene una oportunidad única, y quizá la última.

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