El divorcio entre Bolsa y economía

Antes de las elecciones alemanas los analistas hacían las habituales cábalas sobre los distintos escenarios que se abrirían según fuesen los resultados de los comicios. Como suele ser habitual, la reacción esperada en los mercados dependía más de la solidez del Gobierno que de su color y, dado que una victoria clara de los socialdemócratas estaba descartada, lo pero era un empate. Y cuanto más ajustado fuese éste, peor.

Empataron, y ni centroizquierda ni centroderecha tenían posibilidad de gobernar en solitario o con sus socios naturales. El peor escenario, con los dos candidatos a canciller reclamando para sí el control del Ejecutivo. Pero la Bolsa no se ha desplomado. El Dax ha subido un 1,9% desde el viernes anterior a las elecciones.

Alemania es, también, el enfermo económico de Europa, según la inmensa mayoría de los economistas. Los datos macro de los últimos años muestran una actividad económica estancada, principalmente debido a la atonía del mercado interior. Sin embargo, el índice Dax ha acumulado subidas del 37%, el 7% y el 19% en 2003, 2004 y lo que llevamos de 2005.

En realidad, lo que las empresas alemanas hacen cada vez tiene menos que ver con Alemania. Las políticas de Siemens o Basf son multinacionales, y su cuenta de resultados futura -cuya expectativa es lo que se compra o vende en Bolsa- depende sobre todo de la efectividad de esas políticas y no tanto de quién se siente en la cancillería. Dado que el euro es el colchón perfecto que para todos los golpes -desde el caos político y financiero de Italia hasta el desequilibrio exterior español o la grave crisis portuguesa-, el mercado y las políticas nacionales están cada vez más divorciadas.

Sólo sectores concretos que viven momentos especialmente dulces, como es el caso del ladrillo en España, marcan las diferencias significativas entre unas Bolsas y otras. El resto se debe al diferente peso de los sectores en cada índice de referencia y al buen o mal hacer de las compañías que dominan éstos.