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Tribuna
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La empresa española en China

Con la compra de una participación del 3% en China Netcom, Telefónica ha sido la primera gran empresa española que apuesta con fuerza por el mercado chino, si exceptuamos las más modestas incursiones de Dragados/ACS, Indra, Agbar, BBVA o la más reciente de Acciona. La inversión en sí no está exenta de claroscuros, sobre todo por la exclusiva presencia del operador chino en la telefonía fija, cuando es la inalámbrica la que registra crecimientos de dos y hasta tres dígitos anuales, no sólo en China sino también en otros muchos países emergentes. Asimismo, se ha cuestionado en los últimos años la conveniencia de adquirir participaciones tan exiguas en empresas públicas chinas de sectores estratégicos, sin posibilidad de influir substancialmente en su gestión, tal y como hicieron en su día Vodafone en China Mobile, Citibank en Shanghai Development Bank o BP en Petrochina (esta última vendida ya en 2004).

Con independencia de las bondades de la operación, la incursión de Telefónica en China puede representar en muchos sentidos un punto de inflexión en nuestra presencia empresarial en aquel país.

La cantidad invertida (240 millones de euros) supera de hecho el capital total acumulado hasta la fecha por decenas de aventuradas pequeñas y medianas empresas de los más diversos sectores industriales, otorgando mayor visibilidad a la presencia española en China. æpermil;sta nunca había tan siquiera rebasado el 0,5% de la inversión total extranjera en tan importante mercado. Asimismo, la entrada de Telefónica puede suponer un efecto arrastre para otras sociedades cotizadas y grandes empresas, que hasta ahora no incluían a China en su estrategia futura. Para algunas, este mercado implicaba un alto grado de riesgo y desconocimiento, que podría verse atenuado ahora con la presencia de la mayor de nuestras empresas y su cohorte de banqueros, abogados y consultores.

Para otras sociedades españolas, en cambio, las dificultades del mercado chino siguen radicando en la ausencia de buenas oportunidades, como las que hallaron en su día en América Latina. Pese a la apertura formal desde su ingreso en la OMC, son muchos los problemas que afrontan los operadores extranjeros en las finanzas, los seguros, la construcción o la distribución. Aún así, algunas entidades de crédito españolas han abierto ya oficinas de representación, como es el caso de Banco Sabadell o BBVA, y más recientemente Caja Madrid y Bancaja. Incluso la aseguradora Mapfre se prepara para acceder a aquel mercado.

Pese a la positiva tendencia general, en ningún sector resulta más lamentable la modesta presencia española en China como en el de las infraestructuras. China es actualmente el mayor mercado en este campo, con ambiciosos proyectos en ámbitos como la energía, el medio ambiente, los ferrocarriles, las autopistas o los aeropuertos.

Las dificultades que afronta la actividad constructora no eximen a nuestras grandes corporaciones empresariales de explorar con ambición el terreno de la gestión, donde constituyen desde hace años auténticos líderes mundiales.

Con la honrosa excepción de los muelles y plantas de tratamiento de residuos gestionados por Dragados y las concesiones de Applus en las ITV de Nanjing, no han existido hasta la fecha incursiones significativas en este campo. Las oportunidades ciertamente existen, y no sólo en China sino a lo largo y ancho de Asia. Tal es el caso de las privatizaciones de los aeropuertos indios, los ambiciosos planes de infraestructuras en Tailandia e Indonesia o el nuevo régimen de concesiones municipales en Japón. Más allá del efecto Telefónica, un desembarco español en este sector tendría consecuencias muy positivas sobre nuestra presencia en un continente y un país llamados sin duda a convertirse en el centro de la economía mundial.

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