El PER, y otras zarandajas
Doscientos cuarenta años son muchos años, y abultan más escritos con letra que con número. Son los años que tendrá que esperar quien comprase ayer acciones de Corporación Dermoestética para ver restituida su inversión en forma de beneficios empresariales. El viejo cuento del PER.
Hace unos siete años la empresa de moda en la Bolsa era otra. Telepizza. La comida rápida no es alta tecnología, pero entonces lo que se pagaba era la gestión de un negocio en fuerte crecimiento. Y Telepizza cotizaba con un PER de 100 veces. Los analistas señalaban que el PER de 100 veces no era una cifra tan alta, porque si Telepizza duplicaba el beneficio el próximo año el PER sería de 50 veces.
50 veces es, aún, más de tres veces la media histórica de la Bolsa. Pero si al año que viene vuelve a duplicar se queda en 25. Y al siguiente en 12,5. Con lo cual en cuatro años queda una empresa casi barata.
Más allá de los cuentos de la lechera que no se cree ni el que los relata, el PER es una valoración relativa también desde otros puntos de vista más realistas. Una empresa puede estar en pérdidas u obtener beneficios pírricos pero tener unos fondos propios que lo compensan. O puede haber desarrollado un negocio de fuertes inversiones y números rojos pero de rentable amortización a muy largo plazo.
En todo caso, todos estos argumentos asumen que los inversores sólo están dispuestos a pagar dinero por aquellos valores que van a generar, en un futuro, beneficios. Pero es mucho suponer. El fin de comprar una acción es venderla, y a estos efectos es más relevante la expectativa de que habrá gente que pague más dinero que la expectativa de beneficios revertidos.
Así, cuando hay posibilidad de venga otro inversor y pague más, el PER y otras zarandajas pasan a tercer plano. El inversor no compra acción. Compra una idea porque espera que otros lo hagan a mayor precio. En este contexto, da igual que la idea cotice a 50, 100 o 240 veces el beneficio.