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Columna
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Más Europa para más seguridad

Josep Borrell

El terrorismo está de vuelta en Europa. Los atentados de Londres llevan el sello de los de Madrid, y aprovechan de nuevo la vulnerabilidad de los servicios públicos de transporte en las grandes aglomeraciones urbanas. Se producen en pleno triunfo olímpico, cuando la guerra de Irak parecía olvidada, y en vísperas de un acuerdo importante en el G-8 sobre la ayuda a África y la lucha contra el cambio climático.

Contra la guerra de Irak se habían manifestado un millón de ciudadanos en las calles de Londres. Pero, en Estrasburgo, el debate sobre Irak, con el que se iniciaba la presidencia británica de la UE, pasó sin pena ni gloria. Sólo la izquierda y los verdes se resistían a considerarla como un hecho de la prehistoria que convenía olvidar para mejor abordar la reconstrucción del país.

Pero no parece que la podamos olvidar tan fácilmente. Nada hacía imaginar que la sesión terminaría con los eurodiputados en pie, guardando silencio por las víctimas de un Londres en fiesta. Víctimas que, como era de temer, cada vez son más aunque parece que serán, afortunadamente, menos que en Madrid. El mejor homenaje que se les puede hacer es trabajar a escala europea para evitar que Europa siga siendo objeto de nuevos atentados.

En efecto, el de ayer ha sido un rudo golpe contra un Blair que había empezado su tercer mandato con la lucha contra el terrorismo como objetivo prioritario. Pero el golpe no ha sido sólo contra un responsable político, ni contra un solo país. La amenaza, una amenaza global, afecta a toda Europa y sólo con más Europa podremos hacerle frente.

Ojalá que lo ocurrido sirva al menos para dar sentido y proporción a las querellas y pequeñas disputas de campanario que tanto nos ocupan a los europeos. Parecemos los viejos bizantinos que discuten encarnizadamente sobre el sexo de los ángeles, o paralizan su acción por un pequeño puñado de euros, mientras los nuevos jenízaros asaltan una fortaleza sin murallas.

En el pasado Consejo Europeo, famoso por el fracaso de las negociaciones financieras, tuve ocasión de señalar a los jefes de Estado y de Gobierno que los europeos esperan que su Unión contribuya decididamente a su seguridad. Y que para ello deberían avanzar en otros puntos de su orden del día, relativos a la lucha contra el terrorismo, estableciendo un sistema común de visados, una política común de cooperación policial, judicial y de lucha contra la inmigración ilegal.

Es lo que se llama la Agenda de La Haya, aprobada en noviembre pasado. En ella se indica que la lucha contra el terrorismo debe constituir el motor fundamental de la solidaridad entre los Estados miembros de la UE. Y hay que recordar que, cuando los atentados de Madrid, ya se activó la cláusula de solidaridad prevista al efecto en el Tratado constitucional.

Pero los atentados de Londres nos demuestran de nuevo, por si fuese necesario, que hace falta actuar con más determinación en el plan de seguridad interior de la UE y en los instrumentos comunitarios necesarios para hacerlo efectivo. Frente a un terrorismo globalizado, una Europa que se quiere sin fronteras puede y debe hacer más y mejor. Y sobre todo más rápido, coordinando sus medios diplomáticos, legislativos, políticos, humanos y financieros.

El Parlamento Europeo acaba de adoptar una serie de recomendaciones al respecto y la Comisión tenía previsto adoptar la próxima semana el primer paquete de medidas para aplicar la Agenda de La Haya. Necesitarán inevitablemente tiempo, pero no hay remedios milagrosos. Más que proponer nuevas ideas y medidas, deberíamos aplicar con más rapidez y eficacia las que ya se han acordado.

La presidencia británica acababa de proponer la reestructuración de la estrategia europea de lucha contra el terrorismo. Que lo ocurrido sirva al menos para que el Consejo dé el máximo impulso político a sus planteamientos.

Necesitarán sin duda medidas legislativas. El Parlamento Europeo hará todo lo posible para aprobarlas cuanto antes. Para ello será necesario un diálogo más productivo entre los legisladores europeos.

Ningún país europeo, ni el más fuerte y potente, será capaz de protegerse solo. Su seguridad únicamente se puede concebir en el marco de una seguridad común. Europa debe hacer realidad sus propósitos, que en el espacio de la seguridad interior, justicia y libertades parecen plenamente asumidos.

Hagámoslo antes de que tengamos que lamentar más muertos. Y antes de que los europeos dejen de creer en su Unión como instrumento que aumenta su seguridad.

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