Ladrillos en la cresta de la ola
Si a los niños les gusta tanto jugar con las olas en los días de playa no sólo es por lo que disfrutan cuando logran elevarse en el agua y coger una ola de las grandes. Es también porque el juego tiene ese punto de riesgo de ser cogido por la ola y sufrir un pequeño revolcón. O gana el bañista o gana la ola.
La ola sobre la que cabalga el sector construcción es la mayor que se ha avistado desde la arena bursátil en los últimos años. El mercado acepta ya como normal que un valor suba entre el 2% y el 3% en cada jornada. Los analistas se ven obligados a revisar sus estimaciones semana sí semana también porque los precios alcanzan antes de la cuenta los mejores escenarios previstos. Y el dinero, que es el único motor y, en ocasiones, la única verdad del mercado, fluye sin descanso hacia las constructoras del mercado español.
El tiempo de las advertencias ha pasado de moda definitivamente. Ahora el mercado, como un solo hombre, trata de subirse a la cresta de la ola y aguantar ahí arriba todo el tiempo que se quiera. Así, han variado los argumentos. Donde ponía que el tirón de la vivienda se iba a terminar pone ahora que el sector ha sabido diversificarse; donde se cotizaban las expectativas de que las compañías fuesen compradas se cotiza ahora que serán compradoras en el extranjero. Y así sucesivamente.
Es algo normal y que sucede en otros ámbitos dependientes de una suerte de estado de ánimo colectivo. Cuando una cosa funciona todo son explicaciones y parabienes, hasta que deja de funcionar y lo que era blanco es negro. Es más, precisamente cuando el consenso es mayor, en este caso a favor de la construcción, de los valores pequeños o de cualquier otra cosa, significa que a esa cosa se le ha pasado el tiempo.
Tan importante es saber subirse a la cresta de la ola como bajarse de ella. Ni siquiera las tendencias más sólidas se pueden mantener indefinidamente, y el boom bursátil del ladrillo terminará. Lo difícil, claro está, es saber cuándo.