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Tribuna
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Una inquieta mirada al cortoplacismo

Las empresas que presionan por el corto plazo, como los equipos que juegan mirando al marcador y los políticos que sólo deciden según las encuestas de opinión, terminan perdiendo el partido. El autor reprueba esa estrategia y analiza los problemas que desencadena

En los últimos años, parece como si nuestros accionistas fueran nuestros clientes, y éstos, sólo máquinas que engullen y digieren nuestros productos'. 'Hay que presionar y facturar para que salgan las cifras. Si el dividendo no llega al 10%, no sólo peligra tu bonus, sino tu puesto'. 'Antes había que dar resultados cada trimestre. Ahora, cada mes. El corto plazo no nos deja respirar ni pensar'.

Las anteriores son frases de directivos que se plantean cambiar de empresa y que oímos con frecuencia en los últimos años durante nuestras entrevistas. La presión por el corto plazo no es el único motivo de cambio, pero sí influye en que el directivo vea que lo que quiere hacer en su vida ya no pasa por su empresa.

El gran gestor empresarial lo es de activos ajenos, incluyendo entre ellos al talento directivo

Entre las paradojas del mundo de las organizaciones, la persona y el talento humano son el recurso más valioso y también el eslabón más lábil de la cadena. Con frecuencia olvidamos que las capacidades más exquisitas y el mejor valor que la persona puede aportar pertenecen, como el cariño verdadero, a aquello que los humanos damos sólo cuando queremos.

Las empresas que presionan por el corto plazo, como los equipos que juegan mirando al marcador y los políticos que sólo deciden según las encuestas de opinión, terminan perdiendo el partido.

El beneficio a corto plazo parece haberse convertido en el único fin de muchas empresas, como si lo que sólo es condición necesaria fuera también suficiente. Para vivir necesitamos respirar, como las empresas necesitan beneficios. Pero en este mundo no estamos sólo para respirar, sino para lograr otras cosas superiores. El beneficio es un medio para alcanzar otros fines, como generar riqueza, desarrollo y bienestar en la sociedad y en las personas.

La economía de mercado es el mejor instrumento que, hasta ahora, hemos creado para generar riqueza. Pero, como el dinero, es sólo un instrumento a nuestro servicio. No podemos confundir instrumentos con valores. Son éstos los que han de dirigir a aquéllos, no al revés. Se empieza admirando al becerro de oro, se pasa a adorarlo y se termina adorando al oro del becerro.

'Todo sin excesos', decían los griegos, padres de nuestra civilización. No es fácil buscar y encontrar un equilibrio entre el eslabón humano de la cadena y el económico. Pero hay que seguir intentándolo.

Mientras tanto, muchos grandes profesionales siguen sabiendo absorber la presión por los resultados y dirimen eficazmente con el cambio, conflictos y contradicciones que con frecuencia se dan en las empresas. Al fin y al cabo éstas están formadas por seres humanos. Pero esta presión alcanza niveles límite cuando se convierte en lo habitual y el directivo no ve luz al final del túnel, ni un horizonte de carrera donde se puedan aprovechar más eficazmente sus mejores capacidades. Es el momento en que se empieza a plantear el cambio de empresa.

En uno de sus poemas, León Felipe cuenta cómo ve pasar el mundo a través del cristal de su ventana en un pueblo de la Alcarria. 'Todo el pulso de la vida por estos cristales pasa cuando pasan esos pastores cansados que vienen de Pastrana, esa mujer fatigada, con un haz de leña a la espalda, y esa niña que va a la escuela de tan mala gana...' Así pasan también por el cristal de nuestra ventana esos directivos y directivas, fatigados y con el haz de leña a la espalda, que, a veces, van al trabajo de tan mala gana.

Un alto directivo nos comentaba recientemente que su misión consistía tan solo en tratar de gestionar eficazmente activos ajenos, como la venta de seguros a clientes de una red bancaria ajena, o la venta de créditos a una red de clientes de una compañía aseguradora. Tenía muy claro que la excelente marcha de su actividad sería imposible sin los profesionales que había al frente de ella. El talento humano es también un activo que, sin pertenecer a la compañía sino a cada persona, proporciona resultados extraordinarios cuando es gestionado eficazmente y no como un mero componente de los costes de la empresa.

El gran gestor es básicamente gestor de activos ajenos, incluyendo entre ellos al talento directivo, con criterios de corto, medio y largo plazo. El cortoplacismo es un abrasivo que hipoteca el futuro de la empresa y erosiona a la larga tanto los resultados como a la persona. Nada grande o importante se construye a corto plazo.

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