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Columna
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Disenso sobre Venezuela

Grave escándalo del Partido Popular, máxima contundencia de su presidente Mariano Rajoy que califica de monstruoso el acuerdo por el que se han vendido a Venezuela 12 aviones C-295 para misiones de transporte y patrulla marítima, cuatro corbetas y cuatro patrulleras para la protección de las 200 millas de la Zona Económica Exclusiva, además de dos buques de transporte de gas por un importe total de 1.500 millones de euros.

O sea, que se comprueba nuestra instalación en el disenso. De modo que lo que hubiera podido esperarse que se recibiera como un convenio venturoso, el mayor de la historia de nuestras industrias de Defensa, capaz de aportar carga de trabajo para los atribulados astilleros y de dibujar un horizonte de estabilidad en el empleo para sus miles de trabajadores así como para los de la industria aeronáutica nacional, ha sido saludado por el contrario con salvas dialécticas de la mayor hostilidad.

Porque aquí, el principal partido de la oposición lejos de alinearse con el éxito de la oferta española, que incluye también la creación de una sociedad mixta que permitirá a Repsol elevar su producción en Venezuela un 60%, ha preferido hacerlo con las reticencias o los intereses de Washington.

Pero si se entra en detalles se observa que el mismo Washington en absoluto tiene decretado embargo alguno de armas a Venezuela, que sus aviones de combate, ahora sí, son los F-16 de fabricación norteamericana y que son empresas norteamericanas las encargadas de la puesta a punto y mantenimiento de esos aparatos.

Por eso, lo primero que deberíamos preguntarnos es si las ventas españolas a Venezuela producen molestia en Washington por aquello de lo que se componen o más bien por razón de su origen. Además, en cuestión de ventas de armamento, sucede que los Gobiernos del PP fueron precursores en la apertura de los mercados venezolanos y de otros países de Iberoamérica. En cuanto al objetor, los Estados Unidos, apuntemos que en estos mismos días acaban de cerrar un acuerdo para vender los aviones F-16 a un país como Pakistán, donde sigue sentando sus reales el mismísimo Bin Laden.

Estas realidades comerciales anteriores impulsadas por el PP, han tenido que ser reconocidas por el portavoz Zaplana, quien al hacerlo ha subrayado las diferencias. Porque a su entender el PP podía hacer ventas de armamento, por cierto de ese que es utilizable contra la población, porque nunca dejó dudas de la posición en que se encontraba.

Es decir, que el asunto reprobable no es vender armas, en el caso de que tratamos aviones y buques no artillados, sino precisamente que lo haga el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Por qué? Por que Zapatero se encontraría en pecado mortal a partir de la deslegitimación de las elecciones del 14 de marzo de 2004, y a partir de ahí todas sus acciones devienen pecaminosas, mientras que Aznar puso los pies encima de la mesa durante aquel encuentro con el presidente Bush, tenía su bendición y estaba en permanente estado de gracia santificante.

Otra cosa es que estos conceptos teológicos anden un poco desdibujados por las deficiencias en la enseñanza de la Religión que los socialistas se empeñan en privar de valor académico.

La reunión de Zapatero con los presidentes de Brasil, Lula; de Colombia, Uribe, y de Venezuela, Chávez, ofrecía una imagen de acuerdo y eliminaba la idea de que las adquisiciones venezolanas hubieran sido objetadas por sus vecinos. Zapatero ha sido también cuidadoso en reunirse en Caracas con la oposición, y en su intervención ante el Parlamento consumió un turno a favor del respeto a la democracia y a los derechos humanos. El personalismo, la demagogia, el populismo del presidente Chávez producen recelos justificados, pero la torpeza y la propensión al golpismo de algunos sectores de la oposición tampoco le van a la zaga. Hay una tarea política de primera importancia para cambiar un ambiente de discordia y promover el reencuentro civil, y España debería contribuir en esa dirección con un embajador tan diestro como Raúl Morodo.

Otra cuestión de primer interés es la de continuar los propósitos de la Comisión Sudamericana de Paz y Seguridad, siempre deseosa de emular la senda europea de los acuerdos de Helsinki en la CESC. Es decir, acordar la resolución por vía pacífica las diferencias fronterizas y definir un nuevo papel de las Fuerzas Armadas en el subcontinente. De forma que a la doctrina de la seguridad nacional, difundida desde Panamá por el Pentágono y en la que se sustentaron las dictaduras, la sustituya otra de contenido democrático.

Así cada uno de los Ejércitos de los países iberoamericanos dejaría de considerar como amenaza principal a sus vecinos y los esfuerzos conjuntos se dirigirían a terminar con sus vulnerabilidades nacidas de la falta de control sobre sus espacios aéreos y sus aguas jurisdiccionales, que se ofrecen a los narcotraficantes y demás indeseables para su uso con toda impunidad.

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