Un alto ejecutivo acostumbrado a ganar grandes batallas inmobiliarias
Joaquín Rivero, empresario jerezano de 52 años, entró en la sociedad financiera madrileña por la puerta grande, pero también por la más inestable. Con los 300 millones de las antiguas pesetas que había ganado con la promoción de viviendas, Rivero compró en 1997 el paquete de acciones del 10% que el Banco Central Hispano ostentaba en la inmobiliaria Bami.
Nadie apostó por la operación. Bami perdía por aquel entonces tres millones de euros y facturaba sólo 20 millones. En esos momentos, Rivero, sin formación universitaria pero haciendo gala del coraje que ha acabado por conquistar el respeto de los analistas y del sector inmobiliario, siguió adelante contando sólo con los tres hombres que, ocho años después, siguen a su lado incondicionalmente: Ignacio López del Hierro, José Gracia y su hijo Enrique Gracia, los tres ex altos directivos de Bami y hoy consejeros de Metrovacesa.
En sólo un año, el nuevo equipo directivo de Bami logra dar la vuelta a la cuenta de resultados y multiplicar la facturación.
El nuevo golpe de mano de Rivero vendría sólo tres años después, cuando, tras 15 meses de pulso con Tabacalera, Bami se convierte en propietaria del 95% de Zabálburu, una empresa cuatro veces más grande que ella.
Dos años después, en pleno proceso de reorganización del sector, el apetito de Bami apuntó a Vallehermoso, que finalmente conseguiría Sacyr. Rivero no se dio por vencido. En 2002 se lanza a por Metrovacesa, comprando la participación del 23,9% del BBVA por 545,4 millones de euros.
La prima pagada por la compañía, del 59%, hizo desconfiar a todo el sector, pero la operación salía adelante. Hasta que justo en medio del plan de integración de ambas inmobiliarias se cruzaron en el camino los grupos italianos Caltagirone y Astrim, lanzando una opa sobre el 75% de Metrovacesa que Rivero supo esquivar.
La compra de la francesa Gecina es la penúltima operación de un hombre acostumbrado a ganar todas las batallas.