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Tribuna
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El secreto de la longevidad

Regularmente, los distintos estamentos médicos tratan de hacernos partícipes del secreto de la longevidad. Todas las recetas hasta ahora conocidas podrían resumirse, atropelladamente, en tres máximas inviolables: utilizar el sentido común, portarse bien y no cometer excesos. Beber con moderación, nada de nicotina, practicar el ejercicio físico, y alimentación variada. Etcétera. A oídos de un matemático, dichas advertencias y recomendaciones vendrían a traducirse en algo ligeramente distinto; que tengamos cuidado con aquellas actividades cuyos resultados siguen un tipo particular de distribución. Distribuciones de Taleb. Pequeñas ganancias regulares y frecuentes a las que acechan pérdidas poco frecuentes, escondidas, pero enormes.

Las distribuciones de Taleb fueron así bautizadas por el economista británico John Kay, en las páginas de Financial Times, en honor de Nassim Taleb, autor de Fooled by Randomness. En su aclamado libro, Taleb defiende la tesis de que los acontecimientos que nos rodean son mucho más aleatorios, y por tanto impredecibles, de lo que nos gustaría reconocer. Taleb nos advierte también acerca de aquellos fenómenos en los que pequeñas ganancias aparecen mezcladas con ocasionales, e impredecibles, pérdidas desastrosas. Las distribuciones de Taleb bautizadas por Kay. En esta categoría nos encontraríamos con la mala costumbre de practicar el sexo ocasional sin protección; o con aquella de adelantar en zona prohibida. O sobrepasar los límites de velocidad.

En cada ocasión, arañaremos unos segundos a nuestro viaje. Y lo haremos mil veces. Pero quizá una vez de más. Y acabemos, si hay suerte, en los servicios de urgencia. Lo mismo podríamos decir del tabaco; al fin y al cabo, sólo una parte de los fumadores acabará con cáncer de pulmón.

Si algo sabemos acerca de lo acontecido en las compañías caídas, es que las trampas y engaños vienen de lejos

El problema, nos cuenta Taleb, reside en nuestro cerebro; le resulta muy fácil disociar las ganancias de las pérdidas. Las pérdidas, aún desastrosas, son acontecimientos excepcionales. Y nos olvidamos de ellas. Pero siguen ahí, esperando. Las enseñanzas recogidas por Taleb se refieren especialmente a lo que acontece en los mercados de capitales; sin embargo, podrían ofrecer lecturas interesantes sobre lo acontecido a comienzos de la década en EE UU. Algo oportuno, dado que este año serán conocidos los destinos de los máximos responsables de la ristra de compañías norteamericanas barridas por los escándalos contables y de mal gobierno corporativo. Glotones empresariales, los bautizó alguien. Ya saben, Enron, WorldCom, o Tyco. Lay, Ebbers, o Kozlowski. Entre otros.

Las causas de los desastres han sido discutidas hasta la saciedad. Sin embargo, hace algunos meses, R. Preston McAfee ofrecía una mirada interesante en The Economists' Voice, la publicación editada por Joseph Stiglitz. De acuerdo a McAfee, Enron se había convertido en algo más parecido a un banco, o una aseguradora, que a una eléctrica. Trabajaba bajo la premisa de su supervivencia en el largo plazo. Sus clientes confiaban en que siguiera viva cuando los contratos expiraran. Cuando los escándalos vieron la luz, la gente simplemente dejó de creer en la longevidad de la compañía. Los clientes olieron el peligro. Y el castillo de naipes se vino abajo. Los responsables de Enron no fueron capaces de ver hasta qué punto dependía de la confianza de los clientes en su longevidad. De otra forma se hubieran dado cuenta de que la integridad era el único rumbo posible. Que la única forma de mantener a la compañía en pie, era transmitir a los clientes la certeza de que seguiría viva y coleando décadas después.

Si algo sabemos de lo acontecido dentro de las compañías caídas es, sin embargo, que las trampas y engaños venían de lejos. Pequeñas triquiñuelas, pequeñas ganancias. Y grandes, e inesperadas, pérdidas. Distribuciones de Taleb. Aunque en un orden de magnitud distinto, aquellos casos de desastres empresariales no serían del todo diferentes de aquel restaurante que decide exprimir su éxito y olvidar calidad de servicio. Y subir precios; hasta que un día ve que sus clientes se han esfumado. O la gran compañía que lleva las cosas hasta el límite que cree que sus clientes, o empleados, aguantarán. Hasta que descubre que se ha pasado de la raya.

Lo que lo anterior podría venir a decirnos es que, también en las empresas, el secreto de la longevidad parece residir en mantenernos alejados de aquellos comportamientos desaconsejados por los médicos para las personas. Alejados de aquellos cuyos resultados vienen regidos por distribuciones de Taleb. Mantener a raya, pues, la tentación del oportunismo.

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